lunes, 28 de febrero de 2011

7. FACEBOOK CONTRA LA INTIMIDAD

Hace ya muchos años que el problema de los paparazzi colea en la prensa del corazón como una peste bubónica de difícil solución y tan sólo los juzgados se arriesgan a poner coto a los desaprensivos que, para sacarse unos euritos, se arrogan el derecho a violar la intimidad de cualquiera. A mí la remotísima posibilidad de alcanzar la fama me ha parecido siempre una pesadilla por culpa de esas alimañas, y de quienes les pagan por subirse a las tapias de las casas o pasar la noche espiando los cristales de un restaurante con objeto de robar la instantánea de un vulgar cruce de miradas. ¡Mil veces ser rica que famosa!

Lamentablemente, la llegada de las cámaras digitales (pequeñas y de manejo tan elemental), así como de los móviles con cámara incorporada (que tanto daño están haciendo al bello arte de la fotografía), ha convertido en un paparazzo sin escrúpulos a todo quisqui. La era digital tiene esa doble moral: da facilidades y al mismo tiempo embota los sentidos con sus trucos de mago de provincias. Pase que los niños se extasíen con sus adelantos, pero ¿y los mayores? "¡Guau, podemos hablar y vernos las caras a través de la Webcam! Aprovechémoslo y hablemos cada noche tres o cuatro horillas aunque no tengamos nada que decirnos..." Me parece estupendo que en sus casas la gente pierda el tiempo como mejor le plazca, pero que fuera de sus cuatro paredes se comporte.

Y es que cada vez resulta más difícil sustraerse al acoso fotográfico; en cualquier esquina, restaurante, concierto, terraza o interior podemos toparnos con uno de esos émulos de Cartier Bresson haciendo de las suyas. Son seres a los que nada frena, ni siquiera un sonoro "¡Puedes hacer fotos hacia otro lado, so cabrón!". No somos Shakira, ni Piqué, ni siquiera Lady Gaga, ni sus primos, sus novias, sus amigos, pero insisten en hacer fotos de conjunto en las que nosotros aparecemos como una pieza más del decorado.

A unas conocidas mías les ha dado por organizar fiestas en un céntrico hotel de la Ciudad Condal y asistir se ha convertido en un infierno tal que hay quien ha optado por no ir. Estar ahí es mucho más peligroso que pasearse por la plaza Tahrir de El Cairo en plena revuelta, donde hasta llegaron a violar a una periodista norteamericana (¡qué fuerte!). En el bar del hotel en cuestión nadie te toca un pelo sin tu consentimiento (algo es algo), pero los flashes salen disparados por todos lados como si estuvieras en la gala de los Oscar, aunque alrededor sinceramente haya poca cosa de interés. En consecuencia, al día siguiente una tiene que hacer el recorrido por los mil perfiles de Facebook y llevar a cabo un buen barrido para eliminar recuerdos no solicitados de la noche anterior. Que una esté tranquilamente tomando una copa no da derecho a nadie a hacerle fotografías y mucho menos a colgarlas después en Internet sin su permiso. Esa es una más de las perversiones de la red, que no sólo aboga por la falta de sentido común sino por saltarse a la torera cualquier ley aprobada por un gobierno democrático (por cierto con el esfuerzo de muchos).

Sé de alguien que se ha dedicado a hacer perfiles falsos con los que entra por la puerta grande en los Facebook de perfectos desconocidos, es decir siendo aceptado como amigo; no lo hace por afán de curiosidad, sino con espíritu de denuncia. Quiere demostrar con ello no sólo que las redes sociales son un invento tirando a patético, de una fragilidad que roza el peligro, sino que la gente está agilipollada y allí donde antes se tapaban las caras de los menores para evitar disgustos, ahora salen niños en bañador haciendo monerías sin que asome en los padres ningún atisbo de recato; que acepten en su grey a cualquier psicópata es pues lo menos grave que puede sucederles. Por su parte el periodista italiano Tommaso de Benedetti hace tiempo que practica el arte de realizar entrevistas falsas y hacerse pasar por célebres escritores en la red, suplantándolos descaradamente en un afán por demostrar la precariedad del medio en cuestión.

Como contrapartida, ya existen empresas dedicadas a borrar rastros indeseados en Internet (bulos, calumnias...). Unos amigos llevan años padeciendo una denuncia falsa de gran enjundia y, aunque ya resuelto el caso judicialmente a su favor, en Internet la infamia sigue asociada a sus nombres impolutos. ¿Para cuándo rastreadores de fotografías indeseadas? Por lo pronto, los amantes de la privacidad y la intimidad empezaremos por ir tan sólo a locales donde un cartel rece: "Prohibido hacer fotos". ¿Pero de verdad es necesario prohibirlo todo para que los necios no atenten contra el sentido común? He leído que se han instalado los primeros carteles de "Prohibido cagar en la vía pública". ¿Tan lerdos somos, tan majaderos?