miércoles, 1 de junio de 2011

10. POLÍTICAMENTE IN/CORRECTO

No sé si ustedes lo habrán advertido, aunque resulta difícil no hacerlo: últimamente la impostura de lo políticamente correcto está arraigando entre nosotros de un modo brutal. Lo que hace unos años era tan sólo un intento por borrar conductas claramente reprochables, es ahora una especie de misil dirigido al estómago del espíritu crítico. Cuando leí que los libros de Mark Twain (clásicos modernos donde los haya y transmisores de sentimientos dignos de aplauso como la amistad), iban a ser pasados por el cedazo de lo políticamente correcto, de manera que el entrañable negro amigo de Tom Sawyer y de Hukleberry Finn iba a pasar de "nigger" a "esclavo o persona de color", corrí a la librería más cercana para obsequiar a mi sobrino con ejemplares aún no expurgados. ¿No hubiera bastado con una nota explicativa a pie de página?

Al poco un director de cine (Nacho Vigalondo), que colaboraba con el diario El País, fue apartado de sus labores por hacer una broma inocente sobre el holocausto. Se aludió en su caso a que las bromas inocentes sobre el holocausto no existían… ¡Valiente sandez! Como si no existieran bromas sobre cojos, tuertos, soldados de Vietnam o anoréxicas. La vida es demasiado dura y el mundo demasiado cruel para que no podamos darnos el gustazo de burlarnos absolutamente de todo, especialmente de nosotros mismos y de nuestra historia reciente, incluido el atroz siglo XX.

Nadie duda –o nadie debiera dudar- que el holocausto fue una de las peores pesadillas de la humanidad (junto con otras muchas, cierto) por lo que tiene de constatación de la ausencia de límites de nuestra capacidad sádica. No sé de nadie con una neurona que no compadezca a los millones de personas que en dichas circunstancias sufrieron las peores atrocidades por parte de seres humanos parecidos a ellos (¿pero eran humanos quieres hicieron eso, se parecían en algo a sus víctimas, es humano quien carece de empatía?). Sea como sea, no hay nadie que se ría del holocausto sino que hay quien, haciendo gala de un sano sentido del humor, es capaz de trivializar la tragedia en un intento por conjurarla. No sólo es lícito, sino que es loable e, insisto, sano. No lo creyeron así los directivos de El País, sin duda presionados o acaso alelados, pues de otro modo la desmedida reacción no se entiende. O el colectivo de los judíos es realmente un gran club Bilderberg con más poder de censura que todos los Rockefeller juntos, o bien nos hemos vuelto majaras y ya ni siquiera podemos carcajearnos de nosotros mismos sin que con carácter de urgencia psicólogos especializados vengan a subirnos la autoestima por miedo a que una epidemia de suicidios masivos se extienda (como parece ser que está sucediendo en Japón, aunque a causa del maldito estrés).

Otro atajo de censores se concentra en las benditas asociaciones de padres: queriendo defender a sus retoños de las amenazas externas como si de niños burbuja se tratara, se pasan de rosca y propugnan un mundo de jauja donde hasta los malos parecen buenos, de ahí que se pasen el día persiguiendo conductas torcidas que airear en los medios. Víctima de su exceso de celo, el director del Festival de Cine Fantástico de Sitges ha sido denunciado por exhibir una película a todas luces durilla pero cine al cabo. Si hiciéramos caso de los pacatos, las repugnantes snuff movies no podrían ni siquiera denunciarse mediante películas como Tesis, el primer Amenábar, que fue un éxito en ambos sentidos: es una película estupenda y denuncia una realidad que da pavor. Sinceramente, prefiero ser consciente de la existencia de la mierda viendo de cerca su textura en forma de novela, película o lo que sea, que no dejar que la perfumen para morir en olor de inocencia. Vivir engañado pasa por eso, por tragarse la realidad edulcorada, algo en lo que las religiones tienen la mano rota.

Que se persiga con mano durísima la pederastia (uno de los males más execrables), que se exija un trato correcto para cualquier minoría, que se acompañe a las víctimas en su duelo... ¡Por supuesto! Pero que no me venga nadie a contar que querer matar a un señor por haber hecho unos dibujitos de Mahoma no se parece demasiado a expulsar de un diario a otro señor por hacer un chiste sobre los mal nacidos de los nazis y las terribles consecuencias de su infausto nacimiento.

La democracia es un medio, no un fin (a ver si vamos enterándonos) y hay que cultivarla con esmero como si de una flor exótica se tratara. La tendencia a la imbecilidad de las masas lo hace absolutamente necesario si queremos vivir en un mundo seguro, plural y habitable. El medio es pues el mensaje, como dijo McLuhan, y uno de los hilos vertebradores de ese medio que es la democracia es la libertad de expresión, sin la cual este mundo loco loco se va a ir al garete. Ay, si Gainsbourg levantara la cabeza no podría cantar ni una sola de sus canciones... Y es que el humor negro, señoras y señores, ayuda y mucho a construir un mundo confortable. Negarlo es castrar una de las vías de escape más útiles para que la rabia no se nos suba a la cabeza y desemboque en catástrofe. Porque insisto, la vida es dura y aún nos queda por ver mucha barbarie.