Este país o se pone rapidito las
pilas o se nos hunde. Los insensatos no saben que se están jugando algo más que
no salir jamás de esta maldita crisis, grave, peligrosa como lo son todas y que
empuja hacia abajo cada vez con más fuerza, como si una mano negra manipulara una
máquina succionadora capaz de tragárselo todo. Resulta doloroso tener que
repetirnos a diestro y siniestro que la escasa cultura democràtica de España es
la que nos arrastra al lodo, mientras países de arraigadas costumbres
democráticas como Islandia, ellos sí, se espabilan, hacen los deberes y
afrontan el futuro a medio y largo plazo con la esperanza que da el
convencimiento de haber hecho las cosas bien. Somos como el tonto de la clase, ese
alelado que que ni atiende al maestro ni se entera de la misa la mitad,
complacido en su propia tontería. Tampoco ayuda que la derecha ostente hoy el
cetro del poder con sus maneras condescendientes y su afán privatizador. ¿Serán
descabalgados en las próximas elecciones? Chi
lo sa.
Aquí no despertamos como los islandeses, aquí llevamos desde que estalló la crisis como una granada de mano, allá por el 2008, mareando la perdiz. Somos unos ignorantes presuntuosos incapaces de ver la viga en nuestro propio ojo, pero encantados de ver la paja en el ajeno y culpar a quien haga falta de todas nuestras desgracias: que si nosotros sólo seguimos la corriente especuladora y consumista como hacían todos, que si Europa nos atosiga, que si los bancos, que si los sindicatos, que si el PP, que si los nacionalistas... Y tenemos razón en muchas cosas: el PP da repelús, los sindicatos están anticuados y no entienden que los piquetes son una rémora digna de pasar a mejor vida, los bancos hace tiempo que tendrían que estar nacionalizados no sólo por ladrones sino por ineficaces y Europa nos va a ahogar un día de estos.
Pero el problema es otro, el problema no es coyuntural (fruto de una evidente pésima gestión, de una irresponsabilidad mayúscula y de una falta de miras bochornosa), sino de raíz, y en esa raíz estriba la causa de todos los desmanes que han permitido a su vez todos los desmanes que nos han llevado a donde estamos hoy. En su día, el Sr. Zaplana dijo algo así como: “Aquí en la Comunidad Valenciana vamos a tener lo que tienen todos los demás” (refiriéndose a las restantes autonomías); lo recordaban el otro día Jordi Évole en La Sexta, en su magnífico y más que ilustrativo programa de denuncia Salvados. Y en su día quienes movían el cotarro (políticos, banqueros, empresarios...) decidieron que ellos también querían tener lo que tenían otros, o sea money money money. E hicieron dinero, vaya si lo hicieron. Se forraron, pero pensando sólo en el carpe diem, jamás en el mañana. Muchos de ellos debieran estar entre rejas, pero a día de hoy se siguen paseando por sus cuentas suizas sin siquiera cargo de conciencia. Y hasta los hay que han sacado de la crisis aún mayor tajada de la que pensaban sacar, ¡qué despropósito!
¿Acaso nadie ha visto que está sucediendo ahora lo mismo que sucedió al final de la dictadura? Se ha impuesto la administía para el culpable, y sin hacer justicia no se va a ningún lado. Si la frágil democracia en treinta años no ha permitido hacer justicia histórica y eso nos convierte en una vergüenza internacional, ¿qué no será ahora este no ponerles nombres y apellidos a los responsables del descalabro económico? Porque vaya si los tienen, como tenían nombres y apellidos quienes reprimieron republicanos, fusilaron al borde de los caminos y encerraron en centros de reclusión hasta a los homosexuales. ¿Se estudia eso en los libros escolares? No me consta. En cambio, en Argentina se está juzgando ahora mismo a los responsables de los vuelos de la muerte que salieron de la ESMA. Vean Uds. la sobrecogedora película Garaje Olimpo (1999) e imaginen la versión española.
Ahora los desmanes nos han llevado a los desmanes, y aunque parezca que los desmanes ya han cesado, siguen, y vayan si siguen. Los desmanes se resumen bajo un lema común: no haber entendido que un futuro de justicia y convivencia se sustenta exclusivamente en sólidas bases democráticas. El problema es que en este país de democracia bisoña y poco cuajada una “fundación” pueda hacerle un homenaje al mismísimo Franco en un espacio público y con la connivencia de la Administració; el problema es que se pueda cuestionar la identidad de un pueblo que la enarbola con todo su derecho; el problema es que se puedan malversar fondos públicos, dictar sentencias patéticas, mantener la sinrazón burocràtica, reventar escaparates y hasta quemar contenedores y de paso los vehículos que están junto a ellos y que no pase nada.
Tenemos un presidente de gobierno capaz de opinar que las elecciones catalanas no debieran haberse celebrado, pasándose por el forro el estado de las autonomías. Y a todo un ministro de Hacienda y Administraciones Públicas capaz de decir, con todo el cinismo del mundo, que “estos son los presupuestos más sociales de la democracia”, cuando cada vez hay más gente durmiendo en los cajeros automáticos y a la pura intemperie, abandonados a su triste suerte por una sociedad que no acaba de reaccionar. ¿De verdad no hay dinero para cubrir las necesidades básicas de esas personas al borde del abismo? No se lo cree nadie. Por no hablar de las familias que pierden su única vivienda porque hubo quien se aprovechó de su ignorancia. Quienes desde la Administración no solventan esas urgencias y quienes proclaman barbaridades como esas del Sr. Rajoy y del Sr. Montoro, quienes está claro que piensan con el mismísimo codo, merecerían no la cárcel sino el más tétrico de los círculos dantescos. Y quienes no se llevan las manos a la cabeza al oírlas, tres cuartos de lo mismo: adolecen de nulo sentido democrático.
También resulta bastante alucinante que se premie con el Premio Nacional de las Letras a una señor llamado Francisco Rodríguez Adrados, que sin duda será un excelente helenista y un probo ahijado intelectual de Esquilo, pero que opina textualmente que es “repugnante que algunas comunidades intenten imponer esas lenguas a la fuerza, ya no sólo con la enseñanza en los colegios, sino de manera indirecta al exigir su conocimiento y práctica para un empleo, por ejemplo”, dado que “con el español nos entendemos todos”. Tampoco sabía yo que se pudiera acceder a un empleo público en Burgos sin tener ni pajolera idea de español, de lo que se deduce que se “impone a la fuerza su conocimiento”. Se supone pues que a este señor le encantaría ver a los escolares recitar a Sófocles en su lengua original y traduciendo dos horas al día La guerra de las Galias (acaso la mía fue la última generación que lo hizo), pero que oír recitar a Llull en catalán en una escuela le parece un ejercicio de opresión intolerable.
Qué no decir pues de estudiar a los clásicos griegos y latinos a través de las excelsas ediciones al catalán que hicieron gentes de la talla de Carles Riba en la colección Bernat Metge impulsada por Cambó. Eso sin duda es pecado de lesa humanidad... Ay, qué alegría tendré el día que alguno de esos egregios premiados afirme que sería fantástico que todos los españoles tuviéramos conocimientos de todas y cada una de las lenguas del Estado. Opino que habría que hacerles a dichos premiados con anterioridad a la entrega del cheque correspondiente un cuestionario básico con preguntas del tipo: ¿cree usted que los hombres y las mujeres tienen las mismas capacidades?, ¿cree usted que las lenguas francesa, española y catalana tienen los mismos derechos? Y caso de que contesten que no, sinceramente, arrumbarlos a alguno de los dantescos círculos del infierno, que es donde les corresponde estar.
¿Y qué me dicen de los muchos manifiestos reproducidos a diestro y siniestro al hilo de la eclosión soberanista catalana? En uno de ellos gentes tenidas por inteligentes como Carmen Iglesias, Álvaro Pombo, Óscar Tusquets, Fernando Aramburu y Francesc de Carreras hablaban de “agravios inventados”, “muros de incomprensión” y en que había que confiar en el marco constitucional y en el Estado de derecho. No sé porqué, me los imagino diciéndoles a sus respectivas parejas, caso de que estas ansiaran la separación, que por favor atiendas a razones, que piensen en la hipoteca y en los niños, y en qué para qué tener líos pudiendo estar tan ricamente haciendo vida de pareja modélica hasta el día del jucio final. En fin, otro despropósito.
España es además la patria de la corruptela diaria y un lugar donde defraudar además está bien visto. En concreto se calcula que los españoles defraudan anualmente 45.000 millones de euros, que bastarían para cubrir la sanidad y la educación públicas. Y no se es nadie si no se ha pisado uno de esos bufetes de abogados carísimos donde se enseña a burlar la ley e hinchar la hucha. Sólo con honradez y transparencia, atajando la corrupción y el fraude, se recupera la confianza de la ciudadanía. Y sólo con un reparto sensato de lo público y unas medidas también sensatas se arranca de cuajo cualquier posibilidad de ir más hacia abajo.
Sería purificador y edificante poder empezar de cero, como los párvulos. Tenemos ya los instrumentos, basta ordenarlos. Conocemos los principios de igualdad, las cuatro normas básicas de la ecología, el tan necesario feminismo, la economía del bien común... No necesitamos mucho más. A sumar una gestión política transparente, una burocracia ágil y nada opaca, una justicia independiente y a correr. Seríamos la envidia de Occidente. Un país pequeño, de sol y playa, con genio artístico, con una geografía variada de una gran riqueza y una gastronomía de infarto. ¿Cavaremos nuestra propia tumba por no entender que este es el momento del cambio? No sé si tiene o no razón Gianni Vatimo cuando afirma que la única solución para esta debacle del modelo capitalista es “un comunismo débil”. Pero si sé que estaremos salvados si logramos inculcar en nuestros políticos (en primer lugar) y en nuestros ciudadanos (en segundo lugar) un sentido democrático que ni el mismísimo Guillermo de Ockham.
Hacer tábula rasa es un sano ejercicio que conviene hacer cuanto menos una o dos veces en la vida. Me gusta la imagen de esos emprendedores que habiéndose arruinado una y otra vez son capaces de resurgir de sus propias cenizas; el afán de superación de quien ha salido de un accidente y se agarra a lo que le queda con la valentía de un Hércules; la tenacidad de quien estudia de noche y trabaja de día, a veces inclusive con hijos a su cargo; el empeño de quienes persiguen sueños a pesar de lo que sea. En esos casos de seres entrenados en el arte de la resiliencia me digo: tenemos remedio y tenemos esperanza. Aquí y ahora se imponen las reformas de calado constitucional, cierto, pero mucho antes se impone un cambio de mentalidad.
Aquí no despertamos como los islandeses, aquí llevamos desde que estalló la crisis como una granada de mano, allá por el 2008, mareando la perdiz. Somos unos ignorantes presuntuosos incapaces de ver la viga en nuestro propio ojo, pero encantados de ver la paja en el ajeno y culpar a quien haga falta de todas nuestras desgracias: que si nosotros sólo seguimos la corriente especuladora y consumista como hacían todos, que si Europa nos atosiga, que si los bancos, que si los sindicatos, que si el PP, que si los nacionalistas... Y tenemos razón en muchas cosas: el PP da repelús, los sindicatos están anticuados y no entienden que los piquetes son una rémora digna de pasar a mejor vida, los bancos hace tiempo que tendrían que estar nacionalizados no sólo por ladrones sino por ineficaces y Europa nos va a ahogar un día de estos.
Pero el problema es otro, el problema no es coyuntural (fruto de una evidente pésima gestión, de una irresponsabilidad mayúscula y de una falta de miras bochornosa), sino de raíz, y en esa raíz estriba la causa de todos los desmanes que han permitido a su vez todos los desmanes que nos han llevado a donde estamos hoy. En su día, el Sr. Zaplana dijo algo así como: “Aquí en la Comunidad Valenciana vamos a tener lo que tienen todos los demás” (refiriéndose a las restantes autonomías); lo recordaban el otro día Jordi Évole en La Sexta, en su magnífico y más que ilustrativo programa de denuncia Salvados. Y en su día quienes movían el cotarro (políticos, banqueros, empresarios...) decidieron que ellos también querían tener lo que tenían otros, o sea money money money. E hicieron dinero, vaya si lo hicieron. Se forraron, pero pensando sólo en el carpe diem, jamás en el mañana. Muchos de ellos debieran estar entre rejas, pero a día de hoy se siguen paseando por sus cuentas suizas sin siquiera cargo de conciencia. Y hasta los hay que han sacado de la crisis aún mayor tajada de la que pensaban sacar, ¡qué despropósito!
¿Acaso nadie ha visto que está sucediendo ahora lo mismo que sucedió al final de la dictadura? Se ha impuesto la administía para el culpable, y sin hacer justicia no se va a ningún lado. Si la frágil democracia en treinta años no ha permitido hacer justicia histórica y eso nos convierte en una vergüenza internacional, ¿qué no será ahora este no ponerles nombres y apellidos a los responsables del descalabro económico? Porque vaya si los tienen, como tenían nombres y apellidos quienes reprimieron republicanos, fusilaron al borde de los caminos y encerraron en centros de reclusión hasta a los homosexuales. ¿Se estudia eso en los libros escolares? No me consta. En cambio, en Argentina se está juzgando ahora mismo a los responsables de los vuelos de la muerte que salieron de la ESMA. Vean Uds. la sobrecogedora película Garaje Olimpo (1999) e imaginen la versión española.
Ahora los desmanes nos han llevado a los desmanes, y aunque parezca que los desmanes ya han cesado, siguen, y vayan si siguen. Los desmanes se resumen bajo un lema común: no haber entendido que un futuro de justicia y convivencia se sustenta exclusivamente en sólidas bases democráticas. El problema es que en este país de democracia bisoña y poco cuajada una “fundación” pueda hacerle un homenaje al mismísimo Franco en un espacio público y con la connivencia de la Administració; el problema es que se pueda cuestionar la identidad de un pueblo que la enarbola con todo su derecho; el problema es que se puedan malversar fondos públicos, dictar sentencias patéticas, mantener la sinrazón burocràtica, reventar escaparates y hasta quemar contenedores y de paso los vehículos que están junto a ellos y que no pase nada.
Tenemos un presidente de gobierno capaz de opinar que las elecciones catalanas no debieran haberse celebrado, pasándose por el forro el estado de las autonomías. Y a todo un ministro de Hacienda y Administraciones Públicas capaz de decir, con todo el cinismo del mundo, que “estos son los presupuestos más sociales de la democracia”, cuando cada vez hay más gente durmiendo en los cajeros automáticos y a la pura intemperie, abandonados a su triste suerte por una sociedad que no acaba de reaccionar. ¿De verdad no hay dinero para cubrir las necesidades básicas de esas personas al borde del abismo? No se lo cree nadie. Por no hablar de las familias que pierden su única vivienda porque hubo quien se aprovechó de su ignorancia. Quienes desde la Administración no solventan esas urgencias y quienes proclaman barbaridades como esas del Sr. Rajoy y del Sr. Montoro, quienes está claro que piensan con el mismísimo codo, merecerían no la cárcel sino el más tétrico de los círculos dantescos. Y quienes no se llevan las manos a la cabeza al oírlas, tres cuartos de lo mismo: adolecen de nulo sentido democrático.
También resulta bastante alucinante que se premie con el Premio Nacional de las Letras a una señor llamado Francisco Rodríguez Adrados, que sin duda será un excelente helenista y un probo ahijado intelectual de Esquilo, pero que opina textualmente que es “repugnante que algunas comunidades intenten imponer esas lenguas a la fuerza, ya no sólo con la enseñanza en los colegios, sino de manera indirecta al exigir su conocimiento y práctica para un empleo, por ejemplo”, dado que “con el español nos entendemos todos”. Tampoco sabía yo que se pudiera acceder a un empleo público en Burgos sin tener ni pajolera idea de español, de lo que se deduce que se “impone a la fuerza su conocimiento”. Se supone pues que a este señor le encantaría ver a los escolares recitar a Sófocles en su lengua original y traduciendo dos horas al día La guerra de las Galias (acaso la mía fue la última generación que lo hizo), pero que oír recitar a Llull en catalán en una escuela le parece un ejercicio de opresión intolerable.
Qué no decir pues de estudiar a los clásicos griegos y latinos a través de las excelsas ediciones al catalán que hicieron gentes de la talla de Carles Riba en la colección Bernat Metge impulsada por Cambó. Eso sin duda es pecado de lesa humanidad... Ay, qué alegría tendré el día que alguno de esos egregios premiados afirme que sería fantástico que todos los españoles tuviéramos conocimientos de todas y cada una de las lenguas del Estado. Opino que habría que hacerles a dichos premiados con anterioridad a la entrega del cheque correspondiente un cuestionario básico con preguntas del tipo: ¿cree usted que los hombres y las mujeres tienen las mismas capacidades?, ¿cree usted que las lenguas francesa, española y catalana tienen los mismos derechos? Y caso de que contesten que no, sinceramente, arrumbarlos a alguno de los dantescos círculos del infierno, que es donde les corresponde estar.
¿Y qué me dicen de los muchos manifiestos reproducidos a diestro y siniestro al hilo de la eclosión soberanista catalana? En uno de ellos gentes tenidas por inteligentes como Carmen Iglesias, Álvaro Pombo, Óscar Tusquets, Fernando Aramburu y Francesc de Carreras hablaban de “agravios inventados”, “muros de incomprensión” y en que había que confiar en el marco constitucional y en el Estado de derecho. No sé porqué, me los imagino diciéndoles a sus respectivas parejas, caso de que estas ansiaran la separación, que por favor atiendas a razones, que piensen en la hipoteca y en los niños, y en qué para qué tener líos pudiendo estar tan ricamente haciendo vida de pareja modélica hasta el día del jucio final. En fin, otro despropósito.
España es además la patria de la corruptela diaria y un lugar donde defraudar además está bien visto. En concreto se calcula que los españoles defraudan anualmente 45.000 millones de euros, que bastarían para cubrir la sanidad y la educación públicas. Y no se es nadie si no se ha pisado uno de esos bufetes de abogados carísimos donde se enseña a burlar la ley e hinchar la hucha. Sólo con honradez y transparencia, atajando la corrupción y el fraude, se recupera la confianza de la ciudadanía. Y sólo con un reparto sensato de lo público y unas medidas también sensatas se arranca de cuajo cualquier posibilidad de ir más hacia abajo.
Sería purificador y edificante poder empezar de cero, como los párvulos. Tenemos ya los instrumentos, basta ordenarlos. Conocemos los principios de igualdad, las cuatro normas básicas de la ecología, el tan necesario feminismo, la economía del bien común... No necesitamos mucho más. A sumar una gestión política transparente, una burocracia ágil y nada opaca, una justicia independiente y a correr. Seríamos la envidia de Occidente. Un país pequeño, de sol y playa, con genio artístico, con una geografía variada de una gran riqueza y una gastronomía de infarto. ¿Cavaremos nuestra propia tumba por no entender que este es el momento del cambio? No sé si tiene o no razón Gianni Vatimo cuando afirma que la única solución para esta debacle del modelo capitalista es “un comunismo débil”. Pero si sé que estaremos salvados si logramos inculcar en nuestros políticos (en primer lugar) y en nuestros ciudadanos (en segundo lugar) un sentido democrático que ni el mismísimo Guillermo de Ockham.
Hacer tábula rasa es un sano ejercicio que conviene hacer cuanto menos una o dos veces en la vida. Me gusta la imagen de esos emprendedores que habiéndose arruinado una y otra vez son capaces de resurgir de sus propias cenizas; el afán de superación de quien ha salido de un accidente y se agarra a lo que le queda con la valentía de un Hércules; la tenacidad de quien estudia de noche y trabaja de día, a veces inclusive con hijos a su cargo; el empeño de quienes persiguen sueños a pesar de lo que sea. En esos casos de seres entrenados en el arte de la resiliencia me digo: tenemos remedio y tenemos esperanza. Aquí y ahora se imponen las reformas de calado constitucional, cierto, pero mucho antes se impone un cambio de mentalidad.