viernes, 24 de diciembre de 2010

5. PIRATAS DE PACOTILLA

En plenas vísperas navideñas, con las calles atestadas de ciudadanos supuestamente afectados por la crisis que no hacen más que consumir como posesos, empeñados un año más en llenar sus casas de objetos superfluos y sus armarios de prendas innecesarias, la llamada Ley antidescargas (o directamente Ley Sinde), ha sido rechazada en el Congreso, ahí es nada.
Como era de esperar, los creadores que día a día ven pisoteados sus derechos y están hasta los mismísimos de que brillen por su ausencia los medios para evitarlo, han puesto el grito en el cielo y un nutrido batallón de escritores, entre otros muchos profesionales, se ha aprestado a firmar un Manifiesto por el Copyright. Han visto cómo moría desangrado el sector musical por culpa de la piratería sin freno, cómo está a punto de sucederle otro tanto al sector cinematográfico y no quieren que pase lo mismo con el suyo, que por cierto es también el mío.

En las antípodas, un grupo bastante numeroso de airados internautas que se hacen llamar a sí mismos "Hacktivistas" (con el nombrecito de marras está todo dicho) se ha alegrado un montón, pues su sueño colectivo parece ser el de poder afanarse cualquier creación ajena por la patilla sin que nadie ose decir esta boca es mía. Así, desde sus madrigueras infestadas de pantallas, teclados, Mp3, iPhones y otros aparatejos carísimos, decoradas con posters del Che Guevara o acaso de Fidel Castro (¡viva la contradicción!), o lo que es lo mismo, desde sus enfermizos mundos virtuales (que tan poco tienen que ver con el real), han llegado a afirmar: "La voluntad de la ciudadanía ha terminado por imponerse a las presiones de lobbies, embajadas y gobiernos extranjeros sobre nuestros representantes".

Es evidente que estos muchachotes con pinta de pertenecer a la generación Ni-Ni -que ni estudian ni trabajan porque ambas cosas cansan, como dijo Pavese- han visto demasiadas películas, y muy pocas que no sean superproducciones norteamericanas de dudosa factura mental. Con tamaño bagaje a sus espaldas, seguramente forman también parte de ese grupo que ve conspiraciones por todas partes e imagina a los gobiernos mundiales sin excepción como monstruos policéfalos empeñados en destruir el planeta y capaces de las más maquiavélicas intrigas (nadie ha dicho que el poder santifique, pero de ahí a creer que todos los poderosos son el Dr. No...). Deben de ser también los mismos que se rasgan las vestiduras cuando salen a relucir documentos secretos que casi siempre revelan lo que todos imaginábamos (WikiLeaks, etc...) y que entre birras exclaman: "¡Qué fuerte!". Acaso si se dignaran a acudir a las urnas cuando hay elecciones, se implicaran en los barrios o se mojaran poniendo pasta en organizaciones como Amnistía Internacional, sus quejas estarían más fundadas. Pero claro, están demasiado ocupados yendo de Facebook a Twitter y viceversa y la guita se la gastan en los últimos gritos de la tecnología, sin que les duela entonces rascarse el bolsillo. Pero pagar por un libro de Carver o un disco de Amaral les suena a chino, quizás porque las Converse o las Bikkemberks que lucen en los pies ya han esquilmado la paga mensual que les dan sus papás.

Mientras tanto los creadores (novelistas, traductores, ensayistas, poetas, dramaturgos, guionistas, etc.), nos empeñamos en echarle un montón de horas diarias a ordenadores obsoletos y no podemos perder el tiempo en las redes sociales ni presumir de marcas porque la cultura está tan mal pagada que cobramos menos que una señora de la limpieza. Como no tenemos ni vacaciones, ni bajas remuneradas, ni subsidio de desempleo ni nada parecido, nos conformamos con tomar un té de vez en cuando (que sale barato) y entretener nuestras escasas pausas laborales poniéndonos colirio en la mucosa ocular o antiinflamatorios en las contracturas musculares. Al parecer, quienes creen que nuestro trabajo no merece remuneración alguna, hasta esos pequeños lujos quieren quitarnos.

¿Irresponsabilidad, inconsciencia, ganas de hacerse los modernos o tan sólo ceguera absoluta ante una realidad cambiante pero no por ello consensuadamente autodestructiva? ¿De veras piensan que en estas condiciones vamos a seguir amenizando su ocio con películas, música, libros y demás? Ya pueden irse aficionando a los videojuegos, que dentro de poco no tendrán nada más. ¡Ah, no, que también los piratean, o sea que se los van a cargar!

Que la creación forma parte del PIB de un país es algo tan palmario que parece fuera de toda discusión. La ministra de cultura resta importancia a la negativa del congreso augurando una pronta solución, e insiste en que los partidos coinciden en la defensa de la propiedad en Internet y tan sólo difieren en las fórmulas. ¡Ojalá! Sería bueno que sus señorías entendieran la urgencia de aprobar esa u otra ley semejante, y el grave peligro que acecha a un país que no regula la propiedad intelectual. Una cosa es tener internautas irresponsables y otra muy distinta tener diputados insensatos. Resumiendo: del mismo modo que si en los supermercados empiezan a no pasar por caja los salchichones estos no tardarán en desaparecer, otro tanto pasará con los contenidos culturales si no espabilamos.

Estaría bien que los piratillas salieran de su rincón y se fueran a dar un garbeo a la biblioteca-mediateca más cercana: allí podrían leer gratis y ver películas gratis, al tiempo que se deleitan los oídos con una buena emisora de radio (con cascos, eso sí). Necesitamos jóvenes sensatos, no dislocados cibernéticos. Y es que la modernidad está en otro sitio, por ejemplo en hacer de la patria de Cervantes un lugar donde se pague más por los sonetos de Shakespeare que por un cubata bien cargado: eso sí que sería una auténtica revolución y no los modelitos patéticos de Lady Gaga. Sepan nuestros piratillas errados que el efecto es similar, aunque los poemas no deja resaca.

jueves, 2 de diciembre de 2010

4. FRIKIS AL PODER

Mientras el freaky vive su momento álgido por excelencia y aumenta su presencia por kilómetro cuadrado, la Real Academia de la Lengua se niega a aceptar la versión castellana del término: friki o friqui, a gusto del escribiente. ¿Cómo llamar entonces a esos tiparracos y tiparracas que, suscitando a diestro y siniestro vergüenza ajena, se hacen con la simpatía del público menos preparado o, por decirlo más groseramente, de los lerdos?

La desaparición de cualquier atisbo de decoro, arrumbado en algún rincón de la decencia en hogares donde aún existe alguno de esos objetos rectangulares llamados libros, y la fagotización del buen gusto en pro de modalidades estéticas ajenas a cualquier concepción de la misma que no sea la moda latin king, la moda putón verbenero y la moda parezco un hortera de tomo y lomo y encima lo soy, han aupado hasta límites insospechados la "reputación" de esos candidatos a ser defenestrados por sus propias sombras.

La cosa esta que arde y el inminente riesgo general de descarrilamiento parece imparable. Cierto es que han pasado ya algunos añitos desde que la exuberante Cicciolina, actriz porno húngara, llegara al parlamento italiano, donde propugnaba la práctica sexual sin freno y la despenalización de las drogas. Y que al musculado Schwarzenegger está a punto de acabársele el chollo de ser gobernador de California. Y cierto es también que nuestra vecina Italia parece contar con un número mucho más elevado de lerdos entre sus votantes, lo que ha permitido que un sinvergüenza como Berlusconi, a quien a chulo no le gana nadie, haya llenado la política de azafatas televisivas (velinas) y señoritas de dudosa reputación (Vease el ensayo Papi. Un escándalo político -Duomo Ediciones-, traducido por quien esto firma). Si visitan algunos de los bellos rincones del país de Leonardo Da Vinci, Miguel Ángel o Verdi, no se olviden de disfrutar de la impar experiencia que supone encender la televisión del hotel y ver y escuchar los debates parlamentarios, donde la cirugía plástica ha hecho estragos, que se asemejan bastante más a los muchos programas del corazón que aniquilan aquí día tras día la sensibilidad de los españoles de clase baja, antaño dignísimos trabajadores y hoy meras caricaturas de sí mismos.

Viendo que todo el monte sí es orégano, surgió hace relativamente poco la pregunta del año: "¿Votaría Ud. a Belén Esteban si se presentara a la presidencia del gobierno?", siendo la respuesta casi mayoritaria "Sí". ¡Para cortarse las venas! Aunque nada que extrañar después de tan educativos ejemplos como Jesús Gil, Julián Muñoz o los nuevos ricos engominados del caso Gürtel. Las recientes elecciones al parlamento catalán han llevado a la realidad tamaña pesadilla imaginaria, dándole ni más ni menos que 6.982 votos a la candidatura que contaba entre sus filas con Carmen de Mairena, popular travesti que fue en su día cantante de cuplés y que en fechas recientes fue acusado de proxenetismo, es concreto de alquilar habitaciones de su propia casa para la práctica de la prostitución. Por suerte dichos votos han sido insuficientes, cosa que no ha sucedido con el ex presidente del Barça, Joan Laporta, que ha dado el salto a la política aupado por 102.197 papeletas electorales, ahí es nada.

De la noche a la mañana, un señor famoso por jalear a millonarios imberbes que juegan a darle patadas a un balón y amigo de las copas y los saraos, se ha convertido en la séptima (!) fuerza política en el Parlamento de Cataluña. No sólo ocupará un asiento en dicha cámara, sino que además tendremos que escucharle dar consejos económicos al partido en el gobierno cuando él mismo está a punto de ser acusado de estafa a gran escala, pues ha dejado el club de fútbol que regentaba cual si fuera un bar de alterne en números tan rojos que el grana del Ferrari que seguramente guarda en el garaje parecerá apagado.

Si Berlusconi manda en Italia (ojalá lo aparte la moción de censura), si Laporta se sienta en el Parlamento catalán, si Belén Esteban parece tener allanado el camino hacia la Moncloa, es que este mundo nuestro se ha vuelto loco loco loco, como decía la película, y que cualquier imbecilidad es posible. ¿Parlamentarios histriónicos gobernando el mundo? ¡Por favor, no! Y es que sí queremos ministros de cultura como Gilberto Gil, sí queremos voces libres como la de Labordeta, pero no Gadafis en versión hispana ni analfabetas funcionales hablando de política internacional o de conciertos autonómicos en materia de sanidad.
  

martes, 30 de noviembre de 2010

3. LOW COST, LOW TODO

Dicen los expertos que un avión es, con mucho, el medio de transporte más seguro que existe y que su índice de seguridad está muy por encima del riesgo de desacarrilamiento de los trenes o del choque frontal de un vehículo a motor en una serpenteante carretera secundaria. Desde mi ignorancia tecnológica (no entiendo ni el funcionamiento teléfono, ni la televisión, ni siquiera cómo demonios se mantienen los barcos a flote), acato su dictámen.

Los nuevos tiempos y las nuevas modas, sin embargo, pugnan con fuerza por llevarles la contraria. Y es que meterse en un avión se está convirtiendo en un deporte verdaderamente de riesgo: ríase el lector del rafting, el puenting, el paracaídismo y otras lindezas semejantes, donde los valientes exponen sus cuerpos al más catastrófico de los accidentes. Desde hace unos añitos, con la llegada de las líneas de Low Cost y el consiguiente abaratamiento de los billetes aéreos (que invita a viajar a tierras lejanas hasta a quien ni ha pisado las afueras de su pueblo), los aviones han dejado de ser un lugar más o menos confortable y a todas luces friendly para convertirse en un verdadero infierno que ni Dante en sus peores pesadillas.

Mi humilde experiencia de viajera aérea desde muy niña (en esos años tempranos sobre todo del Puente Aéreo, ahora en proceso de extinción gracias al bienaventurado AVE Barcelona-Madrid y viceversa), me ha llevado a pensar que, dado su frenético y acelerado descenso hacia la cutrez más absoluta, las compañías aéreas debieran suministrar, previamente al trance de meternos con calzador en sus aparatos, una pequeña botellita de licor de 40 grados por pasajero (de esas que hallamos en los minibares de los hoteles); sería un modo "amable" de hacernos el viaje más placentero. Es tan reducido e insuficiente el espacio que se destina a cada ser humano, que juraría que en un futuro no muy lejano sólo podrán viajar los enclenques y los niños menores de once años. Quienes medimos más de 1,70 m, nos las vemos y nos las deseamos para encajar nuestras piernas en esos fosos enanos que les han sido destinados. Por no hablar de la imposibilidad de realizar un simple estiramiento de brazos (como el que suele acompañar a algunos bostezos): corremos el riesgo de sacarle un ojo al vecino o directamente chocar contra el respaldo del asiento delantero, que está plantado a dos palmos exactos de nuestras narices. Y eso sin contar con que nos toque una persona generosa de carnes en las proximidades (eso ya puede ser el acabose), por no hablar de los que optan por reclinar sus asientos (¡cabronazos!).

Lo dicho, alguien (por ejemplo los gobiernos) debiera poner límites a esa reciente afición de las compañías aéreas a tratarnos como al ganado que se hacina en los camiones que todos hemos visto alguna vez, en los que gorrinos, ovejas o gallinas se agitan buscando resquicios de aire respirable.

Así las cosas y siendo ya nefando el servicio ofrecido en esos vuelos a veces larguísimos, viene a empeorarlo la escasa adaptación que muestran los pasajeros a esta nueva modalidad de transporte. No sólo no son conscientes de la mengua del espacio vital de cada cual, sino que lo invaden groseramente más allá de los límites tácitos. ¿Dónde se ha visto que antes siquiera de parar los motores del avión, cuando las señales que obligan al uso del cinturón de seguridad centellean aún, el groso de los ocupantes se levante como un solo hombre (con el riesgo de dejarse la cocorota en el intento) e invada raudo el pasillo central, a todas luces estrechísimo. ¿Alguien les ha dicho a esos benditos que no van a salir antes en modo alguno? ¿Quiere de una vez el personal de vuelo de Ryanair, Vueling, Easyjet, etc. hacer que esa panda de gilipollas se quede quietita en sus asientos?

Dentro de poco los psicólogos recomendarán los vuelos de Low Cost como terapia de choque para quienes, haciendo gala de un espíritu antigregario muy poco acorde con el siglo, insistan en vivir ajenos al cotidiano hacinamiento. ¡Qué lejos aquello de que el progreso nos hará libres! Y es que el Low Cost va a acabar dejándonos por debajo de nuestras más humildes aspiraciones.

2. ¿HUELGA GENERAL? VERGÜENZA NACIONAL

Viene esta reflexión a colación de la huelga general celebrada el 29 de septiembre.

La huelga tiene su origen en la Revolución Industrial, que supuso la eclosión del trabajo asalariado. Pero desde los ludistas que rompían máquinas en la Inglaterra de principios del XIX, ha llovido mucho y el mundo ha cambiado también mucho, aunque lamentablemente no en todas partes en la misma proporción, lo que hace que la lucha por una igualdad real sea aún muy necesaria.


En 1975 (año glorioso en este país), el esfuerzo de muchos hizo que el derecho a huelga pasara a ser aquí una opción de la que disponen los trabajadores, entendida como medio legítimo de reivindicar la mejora de las condiciones laborales.

Por desgracia se usa tan mal que da vergüenza ajena, por lo que el sindicalismo (nacido para defender a la clase trabajadora, que por cierto somos casi todos) ha pasado a convertirse en un movimiento que haría bien en extinguirse.

No estoy diciendo con ello que no deban existir organismos que velen por el presente y el futuro de todos, por supuesto que debe haberlos, sino que los que actualmente dicen hacerlo (UGT, CC.OO...) no sirven. ¿Para qué quieren/queremos los trabajadores a unos dirigentes sindicales que al tiempo que defienden el derecho a huelga niegan el derecho al trabajo de quienes no quieran hacerla?

El problema de España es que hay demasiado vago suelto y demasiado corto mental que se deja guiar como un cordero, atendiendo a consignas que nadie con dos dedos de frente seguiría. Ver a unos ciudadanos (si es que se les puede llamar así), ataviados con los colores sindicales, quemando contenedores y ruedas, rompiendo cristales, dañando vehículos, agrediendo verbal y físicamente a quienes no piensan como ellos, es bochornoso. Y una se pregunta dos cosas:
1) ¿Cómo puede ser que al día siguiente no sean expulsados de los sindicatos a que pertenecen (sin posibilidad de readmisión, por supuesto)?
2) ¿Cómo puede ser que sus actos vandálicos no los lleven directitos a comisaría, que es donde irían de llevar a cabo cualquiera de esas actuaciones otro día del calendario?
Que ese día la calle se convierta en territorio comanche es un despropósito y un atentado contra las libertades conseguidas con tanto sudor por gentes pacíficas y sensatas que lucharon por un estado de derecho.


¿Empresarios explotadores, trabajadores puteados? Eso ya pasó a la historia. Ahora los trabajadores tienes tres televisiones, dos coches y los sábados se pasean por IKEA. ¿Piquetes en las puertas de las fábricas, en las cocheras de autobús, en las estaciones de tren, en los centros comerciales? ¡Por favor! Toda la escoria que participa en esos actos vandálicos debería ir derechita a la frontera, despojada de todos sus derechos legales y sociales. A esos delincuentes, porque no merecen otro nombre, no los queremos en este país que sí se esfuerza a diario por progresar y dar a sus hijos un futuro mejor. Toda esa gente no merece educación gratuita ni sanidad gratuita ni derecho a voto y mucho menos prestación de desempleo.

Huelga, sí, por supuesto, cada vez que sea necesaria: huelga de brazos caídos, concentraciones silenciosas frente a los organismos pertinentes y lo que haga falta para salvaguardar derechos fundamentales. Y sobre todo, una asistencia masiva a las urnas. Se acabó el decir yo no voto porque no me gusta ningún partido. Si no votas, luego no te quejes.

PD: Por si alguien anda errado, quien esto firma vota siempre a partidos que defienden posturas progresistas y creen en la justicia social.

1. PENSAR Y RESISTIR

Me viene a la cabeza la frase de Descartes, el célebre "Pienso, luego existo" que en latín reza "Cogito ergo sum". Y allí donde el ilustre francés categoriza, él siempre tan racionalista, yo dudo, dudo, dudo; será porque los hay que aún pensando, parece que no existan.

Pienso por ejemplo en los votantes de partidos que propugnan carpetovetónicos modos de vivir, teñidos de homofobia, racismo y otras lindezas semejantes, y que ajenos a todo, acaso por herencia genética o cultural, se encastillan en posturas enemigas del sentido común. Y también en aquellos que siendo fieles a doctrinas descaradamente contrarias a cualquier atisbo de raciocinio, se aferran a su fe como a clavos ardiendo. Por no hablar de quienes con su incivismo hacen la vida imposible al que está al lado, demostrando que jamás entendieron que el pájaro que ensucia su propio nido es un idiota y otro tanto el que ensucia sus propias calles, atenta contra la tranquilidad de su vecino, boicotea los servicios comunes, etcétera...

¿Piensan ellos?, me pregunto. Sin duda lo hacen: piensan como les place y yo lo aplaudo, y si hiciera falta por su derecho a seguir haciéndolo daría un brazo, pues soy de las que creen que en la libertad de expresión sigue estando la clave de cualquier progreso. Piensan, hemos dicho, ¿pero existen? Aquí la cosa se complica. Me planteo la cuestión y dudo, dudo, dudo. ¿Respiran el mismo aire que yo, pisan las mismas calles, usan los mismos transportes públicos, se sirven de los mismos hospitales? ¿Ven acaso las mismas noticias en los telediarios? ¿Escuchan los mismos trágicos sucesos en la radio? ¿Advierten la barbarie que late aún con tanta virulencia en cualquier parte? ¿Abren los ojos y los oídos al salir de sus casas? Mis amigos y yo sabemos de abusos, injusticias, lapidaciones, presos políticos, salvajes violaciones, miseria y latrocinio... ¿Las desconocen ellos?

Ante tal magnitud del sinsentido, viendo que sus inclinaciones poco tienen que ver con un futuro más digno para todos, con un mundo más justo y mejor repartido, y viendo asimismo cómo se empeñan en defender posturas tan contrarias a la civilización, con qué convicción yerran, decido que si pienso, sólo me queda resistir. Así que si pienso, resisto. Y es que otro modo no sé de ser para que sirva de algo.