martes, 30 de agosto de 2011

11. INFAMES TURBAS O NO TAN INFAMES

Dejó dicho Diderot que es mucho más fácil para un pueblo civilizado volver a la barbarie que para un pueblo bárbaro avanzar hacia la civilización. Creo que en eso estamos todos de acuerdo, aunque la memoria es corta y, más que víctimas de la idiotez, a menudo parecemos víctimas del olvido colectivo. Dado que mucho se ha escrito últimamente en la prensa acerca de los estallidos de violencia surgidos ya sea en el norte de África y en Oriente Próximo o en países más afines, aunque igualmente vecinos, como Reino Unido o, en menor escala y con otro alcance, inclusive en nuestras propias calles a partir del 15-M, ahora que el dulce estío toca a su fin no está de más hacer un repaso para invitar a la meditación.
Este mundo nuestro es un artefacto demasiado complejo y aún desajustado para que no pete siempre por algún descosido. Hasta la fecha y como asunto acaso de mayor relevancia política, 2011 nos ha traído la primavera árabe (ver el reciente ensayo del mismo título de Tahar Ben Jelloun subtitulado “El despertar de la dignidad”), de nefastas consecuencias para muchos inocentes, eso está claro, pero de frutos magníficos en lo que a la conquista de libertades civiles se refiere. Tras décadas de gobiernos totalitarios y ciertamente perversos, Túnez y Egipto han iniciado la senda hacia la democracia y con ella hacia la consecución de un estado de derecho. Allí donde los turistas paseábamos nuestra libertad de pensamiento y de expresión por la isla de Djerba o el Valle de los Reyes, nuestros amigos tunecinos y egipcios vivían bajo el yugo de la tiranía. La inmolación a lo bonzo del vendedor ambulante tunecino Mohamed Buazizi “despertó” al animal dormido, que abrió sus fauces, tomó la calle, se sirvió de las redes sociales, se jugó la vida y finalmente venció. Aunque el uso de la violencia siempre es difícil de justificar, las situaciones de opresión la hacen lamentablemente necesaria. ¿Qué hicieron en el ínterin “las fuerzas internacionales”? En mi opinión bien poco y un triste papel, como viene siendo la costumbre. Todos recordamos por ejemplo dónde estaban tranquilamente apoltronados durante los cuarenta años que los españoles pasamos enfangados en la ciénaga franquista.
La misma tibieza internacional –la ONU no deja de ser un gran tentetieso tratando de mantener el precario equilibrio y no está para saltos mortales; y no estoy de acuerdo con Eduardo Galeano en que toda intervención es invasión-, están sufriendo en estos días los países que en la estela de Egipto y Túnez se hallan ahora en idéntica tesitura, aunque con un final aún incierto; me refiero por supuesto a Libia, ya a las puertas de la emancipación, y a Siria, aún sanguinolenta. En la primera, el bautizado en su día como el Che Guevara árabe, es decir el histriónico y patético Gadafi, en lugar de batirse en retirada, ha combatido con todas sus armas a “los rebeldes”; mientras el pueblo sirio está siendo aplastado por una escalada de violencia represiva a manos del gobierno totalitario del presidente Bashar Al-Assad. Confiemos en que ambos dictadores se sienten pronto en el banquillo de los genocidas (¡Garzón, te echamos de menos!), y ojalá que a finales de año podamos celebrar el derrocamiento de cuatro dictaduras, a las que esperamos sigan otras muchas hasta que no quede ninguna (e incluyo por supuesto a la gran estafa, Cuba).
Vayamos ahora a las revueltas económicas, las que tienen su raíz en el descontento y no en el yugo que condena al terror y al sinsentido. Lejos de aplaudirlas, como sí hago con quienes se dejan la piel por construir un país habitable para sus hijos y usan la violencia (no por gusto sino por necesidad) porque las fuerzas internacionales no los defienden ni los salvaguardan, condeno sin excepción a quienes hoy en día, en pleno siglo XXI, se lanzan a la calle con pasamontañas para arrollar lo que encuentran a su paso ya sea en Chile (donde se blanden consignas como “Educación pública para todos”) o en Reino Unido (donde no hay consignas de ningún tipo). ¿Estoy contra la educación pública? Claro que no: estoy contra la manera de reclamarla en las calles de Santiago de Chile, ciudad que porfían por destrozar los vándalos y capital de un país donde espero nieguen la educación pública y toda otra clase de servicio público a los delincuentes que se están dedicando a boicotear la paz. Porque protestar pacíficamente es de demócratas; quemar, destruir, robar, agredir e incluso matar es de delincuentes y como tales espero que tengan su penitencia.
Por lo que respecta al Reino Unido y a lo sucedido en ciudades como Londres, Manchester o Birmingham (a imagen y semejanza de lo que ocurrió en otoño del 2005 en la banlieue parisina y en Grecia en el invierno del 2008), no es de recibo que a estas alturas los jóvenes desesperanzados tengan que usar la violencia para canalizar su frustración, pues dudo mucho que los muevan las ganas de incentivar cambios concretos de orden social: o los mueve la desesperación o los mueve el capricho cuando no son precisamente hijos de la exclusión. Y a ambas motivaciones tienen que dar respuesta los gobiernos y con urgencia. Las democracias del mundo no nos podemos permitir esa insatisfacción, ya sea general (el movimiento 15-M en España) o se halle localizada en polvorines concretos (los barrios ingleses, un barrio de Mallorca donde se enfrentan gitanos y africanos…). En estos tiempos, quienes sienten el peso de la guetificación y el desarraigo en países donde la mayoría goza de un notable estado del bienestar deben ser el objetivo prioritario. Y en este sentido es iluminador el reciente artículo de John Berger “Los tiempos que vivimos” (29/08/ 2011), que puede leerse en la siempre lúcida revista Sin Permiso:
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4373
Así pues, atendamos sin dilación a las clases más desfavorecidas y a la inmigración puteada (la que sufre discriminación legal, económica y racial). Dejemos la violencia para hacer de un país un lugar “habitable” para todos y usemos otros métodos para convertir los países en lugares “confortables” para todos. Sabemos, con Luther King, que la violencia crea más problemas sociales de los que resuelve. Dediquémonos pues en cuerpo y alma a canalizar nuestras sociedades democráticas hacia un horizonte de expectativas mucho más justo, donde por ejemplo a alguien se le ocurra enviar a los parados sin cargas familiares a echar una mano en el asolado Cuerno de África.