jueves, 1 de diciembre de 2011

14. DECÁLOGO DEL BUEN ESPAÑOLITO

Va listo Mariano Rajoy si cree que resolviendo los problemas económicos del país, y diciendo amén a las soluciones que propone Europa (o mejor dicho La Unión Europea de “Mercozy”, tal como se está viendo), va a solventar los problemas de España. La piel de toro no necesita tan sólo sanear las arcas públicas, establecer nuevos pactos sociales y recolocar a los, ahí es nada, casi cinco millones de parados (mayoritariamente venidos del ladrillo) en tareas nuevas como fabricar placas solares, cultivar productos ecológicos y preservar el medio ambiente. ¡Ojalá fuera tan sencillo! Esos objetivos precisarían de una buena gestión y de unos buenos tecnócratas, poco más, y en unos añitos saldríamos de la crisis de rositas.
No será así, por mucho que nos empeñemos en ajustarnos el cinturón y pensar con la cabeza y no con otras partes del cuerpo menos recomendables para tal menester. Lo que necesita España es otra cosa, y coincide con lo que en este momento urge al mundo occidental en general: cambiar de rumbo y de valores. Nuestra idiosincrasia patria posee, sin embargo, rasgos propios que es preciso trocar en nuevos hábitos, pues ya hace demasiado que duran enquistados cual costra de roña en nuestro acontecer colectivo, y hace también ya demasiado que cual palos en la ruedas actúan en menoscabo de la construcción de un país mejor, más democrático y menos cafre.
Ejemplos de desidia, mal hacer y abusos de toda índole campan por sus respetos en nuestro territorio desde tiempos inmemoriales. Siquiera nos queda el consuelo de que cuenten con el reproche de la comunidad pues, muy al contrario, gozan inexplicablemente del aplauso general. Desde siempre, el españolito ha estado orgulloso de su cazurrismo y se ha ufanado en ser un obtuso de tomo y lomo. ¿Acaso no nos reíamos con las comedias de Paco Martínez Soria (el pueblerino con boina recién llegado a la gran urbe) o con las películas de Alfredo Landa (el pobre diablo deslumbrado por las suecas en biquini)? Entretenimiento aparte, no deja de ser una mala señal, que contrasta peligrosamente con otros rincones donde los héroes locales son los cuatro mosqueteros o los caballeros de la tabla del Rey Arturo.
Ahora que España se escora peligrosamente hacia la derecha (como era lamentablemente de prever), es el momento de hablar claro, aunque eso signifique tirar piedras sobre nuestro propio tejado. Señalar los grandes males, sin gazmoñería ni paternalismos baratos, quizás fuera una manera de empezar a atajar algunos rasgos patrios que a modo de gangrena purulenta y persistente nos está convirtiendo en una panda de cenutrios, destinados sin duda a seguir los pasos de los italianos que hasta ahora han votado para que les gobierne a un mafioso salido. Entre sus muchas meditaciones sobre el “problema de España”, sugería Ortega y Gasset (¡cuánto lo echamos de menos!), que lo que nos pasa a los españoles es que no sabemos lo que nos pasa…
Hechas estas reflexiones previas, se me ha ocurrido redactar un decálogo del buen españolito (o sea del peor españolito posible), que como no podía ser de otro modo pone los pelos de punta, pero que es fiel reflejo de la realidad que nos rodea y, por supuesto, retrato fidedigno de lo que de ningún modo tendría que perpetuarse si queremos llegar a ser una sociedad madura y desacomplejada. Ahí va el decálogo, pensado, claro está, para ofender y mucho a quienes se sientan aludidos.
1.       GREGARISMO:
Gregario desde sus orígenes, el españolito ama las cosas que se hacen en grupo: jalear a su equipo de fútbol, atestar las playas en agosto, salir los sábados por la noche cuando todo está a petar o inundar las superficies comerciales en días señalados. En función de las modas, se apunta a un gimnasio, se pone un jersey de rombos o se pasa el día enganchado al Facebook. Todo le sirve, pues carece por completo de criterio. Y eso sí, si estás sola en un cine desierto, llega y se te sienta justo al lado: está visto que necesita calor humano.
2.       VAGUERÍA:
El españolito trabaja porque no hay más remedio, pero si pudiera… Ay, si pudiera viajaría a islas paradisíacas y se pasaría el día ingiriendo caipiriñas entre mulatas buenorras. Ese parece ser su objetivo último a tenor de la televisión que consume, a tenor de la prensa rosa que consume y a tenor de la mucha lotería que compra. Y si algo le pirra, es salir un ratito del trabajo a tomarse un café o hacer unas compras. Está claro que en algunos países extranjeros, su vida laboral duraría apenas unas horas.
3.       HIPOCRESÍA:
A todo país con los pies metidos en una religión castradora no le queda otra que explotar por algún lado. En España la hipocresía es un mal secular, hijo de la Inquisición y de tantas otras inquinas fratricidas. Por ejemplo, si les preguntaran a los habituales de las saunas gais cuáles son los ejemplares que las visitan y allí confraternizan, el retrato sería muy distinto del que muchos suponen: de todo hay en esos reinos de libertad sexual, hasta ejemplares padres de familia conservadora y tipos con alzacuellos. Acaso el español no se atreve a ser quien es porque lleva demasiado tiempo siendo un fingidor.
4.       DESMEMORIA:
El españolito carece de memoria, inmediata y lejana. Lo que aconteció en su país hará unas décadas se le antoja tan remoto como la existencia de los dinosaurios. Mirar hacia atrás implica mirar hacia delante y él no quiere de ningún modo perderse el día a día en que está sumido. Carpe diem, se dice. Lo que importa son las juergas con los amigos, las barbacoas, los san juanes, los fines de año… Caso de poseer memoria histórica tendría que admitir barbaridades tales como una guerra civil, una dictadura eterna o el maniqueísmo latente que estas dejaron. Y eso sí que no, él ya tiene bastante con la hipoteca.
5.       CHULERÍA:
El españolito es chulesco hasta el extremo, de ahí que tenga como referente al torero y no al pastor bucólico que en las églogas de Garcilaso tocaba la flauta. Le chifla circular a 180 km/h por carreteras y autopistas, pues su bólido bien lo merece, y llega a sus destinos a la velocidad de la luz creyéndose un Fernando Alonso. Ah, y los radares no le asustan (ya se ha ocupado de comprar un detector). Tampoco escucha las cifras de accidentes de circulación que ofrecen los telediarios, ni ha visitado jamás la sección de traumatología de un hospital. Él vive ajeno a esas minucias y si un policía un día lo para, pues va y lo insulta, que menudo es él para que venga un chulito a ponerle una multa.
6.       ENVIDIA:
“¡Oh, envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes”, como dijo Cervantes. Deporte nacional por excelencia, mucho más extendido que la afición a dar patadas a un balón (o ver como las dan otros), la envidia no sólo se hereda sino que se cultiva. ¿Dónde se ha visto que un español se alegre del éxito ajeno o que felicite a un vecino que ha sido ascendido? La única alegría que un español se lleva en la vida es ver salir por la puerta a su enemigo metido en una caja. Todo lo demás es criticar a quien más tiene o a quien más puede, y criticar también a quien menos tiene, por seguir con la costumbre.
7.       FRAUDE:
Aunque no haya leído El Lazarillo de Tormes, al españolito le va el trapicheo y la delincuencia desde que en el cole robaba canicas haciéndose el despistado. Por ello en España la corrupción está tan bien vista: se aplaude al mafioso y se mira mal al honrado, ese desgraciado que se deja la piel por cuatro duros. De otro modo resultarían inexplicables casos como el de Marbella, donde tanto el ya mítico Jesús Gil como el Sr. Roca hallaron un campo de cultivo más que abonado, o la explosión de chanchullos que parece inundar el País Valenciano o las Islas Baleares. Asimismo, el españolito tiene la costumbre de defraudar a la hacienda pública y se siente muy orgulloso de ello, de ahí que cuando llega junio se ufane de haber mentido más que nadie en la declaración de la renta. ¿Alguien se extraña de que no salgan los números?
8.       MACHISMO:
Por encima de cualquier afición, en España reina el apego al machismo, cultivado con esmero y dedicación hasta alcanzar límites casi fuera del sentido común. El machismo del españolito está tan arraigado que aquí el índice de consumo de prostitución es el más elevado de Europa. También, si no fuera por la reciente dedicación de algunos colectivos, de la clase política y de cierta directora de cine que desde aquí aplaudo, el maltrato de género seguiría entendiéndose como una consecuencia lógica de las relaciones de pareja, como lo ha sido siempre. La prueba del algodón: que el país sigue supurando machismo es algo que queda demostrado cada vez que alguien denosta el feminismo. El día que eso no pase, ya no habrá machismo.
9.       HOMOFOBIA:
Al españolito medio le gusta llamar maricones a sus amigos: “¡No seas mariconazo!”, exclama; o “Ven p’acá, maricón…”, al tiempo que le pega un abrazo y lo deja baldado. Su homofobia es sin duda producto de muchos siglos de oscurantismo y de una también opaca relación con el sexo, que lo ha pervertido hasta convertirlo en un obseso y un pajillero. En cuanto al lesbianismo, para él directamente no existe más que en su imaginación calenturienta. Claro que, ¿cómo puede un homófobo tener como principal fantasía sexual la coyunda entre dos señoritas? Ay, la contradicción…
10.   GROSERIA:
Al español le gusta ser zafio, soez y chabacano. No van con él las finezas y cualquier hombre delicado (como por suerte los hay) se le antoja de la acera de enfrente. A él le gusta chorrear aceite por las comisuras cuando se come unas chuletas, hacerse lamparones en la camisa, beber con porrón y rascarse los huevos en público, cuanto más ostentosamente mejor. También hurgarse los dientes con un palillo o meterse el meñique en la oreja buscando petróleo. El pobre, en un concurso de elegancia y discreción, quedaría sin duda el último.
Como ven, el españolito medio es un hombre de entre 18 y 65 años, si fu no fa, con una pinta bastante hortera, a quien le gustan los coches, que no lee más que el Marca y toma cubatas en bares cutres a ser posible amenizados por señoritas de vida alegre. Lamentablemente las nuevas generaciones, ya nacidas en democracia, no parecen mucho más lúcidas que las de sus mayores: consumen prostitución al mismo ritmo que juegan a la PlayStation, se ponen hasta el culo de alcohol y drogas y sólo ansían cobrar del paro para seguir haciendo el vago. Así las cosas, la responsabilidad de la cara que muestra este país nuestro es de todos, claro, aunque como dice sabiamente Manuel Cruz, de unos más que de otros.

viernes, 4 de noviembre de 2011

13. HACIA UNA NUEVA ÉTICA

“O cambiamos de rumbo o nos hundimos todos”, este podría ser el resumen del actual estado de cosas. Si haciéndolo como lo hemos hecho hasta la fecha casi estamos en un tris de naufragar (hemos sufrido serios daños en casco y castillo de proa, arriesgando en mucho nuestra flotabilidad), icemos de una vez la vela hacia nuevos rumbos como hacen los navegantes avezados cuando la corriente les es adversa.
La existencia de la crisis actual, bautizada ya como La Gran Depresión II, es la constatación de que después de la Segunda Guerra Mundial el afán reconstructor se trocó en afán de crecimiento imparable y se nos fue la mano. El choque de dos ideología tan dispares como el capitalismo y el comunismo, ambas en busca de “sociedades justas”, al tiempo que contribuían a salvajes derramamientos de sangre, tuvo cuanto menos como resultado que el triunfante capitalismo moderara sus ansias creando por ejemplo la protección social. Ignoro si el capitalismo es la mejor de las soluciones o la peor pero si sé que el capitalismo salvaje no lo es, y que el crecimiento imparable no existe, es un espejismo. Lo sé yo y lo sabemos ahora todos, ¿verdad?, no volvamos pues a hacernos los longuis.
Sucedió que el desarrollismo desaforado inoculó su veneno: la avaricia (pecado capital para el catolicismo que tanto lo ha practicado y vicio nefando donde los haya). Y la avaricia de la facilidad crediticia (rima fácil) nos llevó hasta donde estamos hoy, claramente en un callejón que se nos antoja sin salida, oscuro como boca de lobo y donde reinan las falsas promesas, los reproches mutuos y lo que es peor, la indecisión, algo ya más que alarmante a casi cuatro años del estallido de la crisis.
Se mire por donde se mire, la pregunta no es qué sucedió, que lo sabemos bien, sino cómo la han encajado los millones de ciudadanos que la sufren. ¿Cómo se atreven los miles y miles de incautos que atendieron los cantos de sirena de los bancos a echarles la culpa a estos? ¿Alguien les obligó a aceptar esos caramelos intoxicados que fueron inversiones inmobiliarias disparatadas, flamantes coches que no necesitaban, vacaciones de ensueño? Y lo que es aún peor, ¿cómo se atreven los bancos a exigir –no pedir- ser recapitalizados por los estados? Y finalmente, ¿cómo osan los estados no asumir sus culpas, que consisten en haber permitido que los incautos fueran engañados por los bancos? A cada uno su responsabilidad; y visto lo visto, habiendo ya salido a la luz cómo se mueven los hilos (Wikileaks, etc.), tan difícil no resultará establecer las proporciones.
Los agentes económicos, políticos y sociales ya han hecho el diagnóstico: la codicia de los bancos despertó la codicia de los particulares, la bola se hizo gigantesca y estalló. Ahora toca no sólo asumir las consecuencias sino también la parte de culpa: en ello estamos, a decir verdad a ritmo de caracol y con unos líderes de opinión pusilánimes hasta la vergüenza ajena. A nadie le gusta que el médico le haga saber que la culpa de su dolencia es en parte suya (por comer o beber en exceso, por no hacer ejercicio, por lo que sea). Pero es ese médico y no el otro, el complaciente, el que genera confianza, el que juega con la verdad y no con el engaño. No queremos placebos para combatir la enfermedad, queremos evidencias, y la evidencia es que todos somos culpables.
Desde que la Ilustración trocó depredación por civilización, desde que se optó por imponer las luces de la razón no por capricho sino por mero instinto de supervivencia (íbamos a acabar despeñándonos), la ignorancia es la gran enemiga. Hemos vuelto a caer en ella, de cuatro patas. Nos engañó el confortable sofá desde el que contemplamos canales de televisión que nos tratan como consumidores, no como ciudadanos. Se impone que volvamos a ser los dueños de nuestro destino, que cultivemos la conciencia crítica que el embobamiento general rehúye, para que nada ni nadie nos vuelva a dar gato por liebre. Y ahí la educación juega un papel fundamental: gastemos nuestros ahorros, si nos quedan, en educarnos, no en comprar absurdidades e ir por la calle como hombres y mujeres cartel, rebosantes de marcas comerciales.
Ahora toca no repetir esquemas obsoletos, no tropezar con las mismas piedras, no errar el tiro. Y es por ello que ante una fecha electoral tan significativa como la que se avecina, votar mal puede suponer un gran desatino. Algunos dirán que todos los políticos son iguales, que tanto da votar a unos que a otros: mentira. Si la derecha y la izquierda fueran idénticas ya no existirían, no seamos inocentes. Nadie ha sabido afrontar la crisis hasta la fecha (ni gobierno ni oposición) y como dice el candidato socialista con gran sinceridad, nadie va a empezar el día 21 a crear empleo porque no resulta factible. La solución viene de otros mimbres que hace falta trenzar entre todos. Y sólo quien esté dispuesto a arriesgar el tipo político para liderar ese cambio la logrará. ¿Será Rubalcaba? No lo sé, pero sí tengo la certeza de que no será Rajoy (un partido que ha puesto palos en las ruedas desde la oposición, en detrimento de todos, incluidos sus votantes, no está cualificado para gobernar).
Resumiendo: un sistema injusto ha acabado con la economía global y, de persistir esa injusticia, seguirá haciéndolo. La ética del capitalismo desaforado ha fracasado y está en juego construir un planeta sostenible, donde se imponga el sentido común, porque de ética del sentido común estoy hablando. Albert Einstein dijo que «la única cura contra el daño causado por el progreso es el progreso ético de uno mismo». Sin ética no hay salida, no hay luz al final del túnel. La falta de deontología nos ha sumido en él, se impone volver a ella como única cura.
Dicho esto, las reglas del juego deben cambiar y nada mejor para reflexionar sobre ello que el periodo pre electoral que vivimos. “Democracia real ya” sea acaso el lema más certero que he visto entorno al movimiento de indignación del 15M. Llenemos de sentido común el pozo de miedo y extravío en que hemos caído. Valiosas son a este respecto las palabras pronunciadas por Naomi Klein el 6 de octubre en Manhattan ante los participantes de Ocupa Wall Street: “Ser horizontal y profundamente democrático es maravilloso. Estos principios son compatibles con el duro trabajo de construir estructuras e instituciones que sean lo suficientemente robustas para que puedan sobrellevar las tormentas que vienen” (“La cosa más importante del mundo”, La Jornada, 16/XI/2011, trad.: Tania Molina Ramírez). Porque esa es la realidad y no otra, la tormenta no cesará hasta que aprendamos a hacerle frente.
Y como me ha salido un artículo demasiado serio, terminaré con un chiste de El Roto que dice: “El que no haya derecha e izquierda no quiere decir que no haya arriba y abajo…”. ¡Ja ja! Cierto, la brecha entre la derecha y la izquierda cada vez es más fina, del mismo modo que el capitalismo, para no suicidarse, ha tenido que arrimarse en algunos aspectos al ideario comunista. Pero sigue habiendo derecha e izquierda, y de la inclinación hacia una u otra depende nuestro futuro global. O sea que voten bien, y sobre todo voten.

lunes, 3 de octubre de 2011

12. LECTURAS NADA PARITARIAS

Año tras año, la rentrée del mes de septiembre viene marcada por algunas costumbres ya arraigadas: hacer balance del verano (en aras a conocer el estado de las cuentas), enseñar el reportaje gráfico del viaje de turno (a los incautos que se presten a ello), renovar el material escolar de los menores (así como el uniforme si es el caso) y respirar hondo para afrontar con buen ánimo lo que queda por delante.
Tradición es asimismo en estas fechas, o bien en los postreros días de agosto, hacer en las páginas culturales una relación de las novedades literarias que llenarán las veladas de los lectores fieles, y también la de algunos lectores accidentales. Se trata de listados encubiertamente publicitarios de lo que las editoriales han tenido a bien prepararnos para deleite de nuestras bibliotecas domésticas. Listas en las que sólo suele caber lo más renombrado, lo que se sabe que sonará o, lo que viene a ser lo mismo, lo que a ciencia cierta se venderá ya sea por la condición de celebrity del autor o por la campaña que el sello editor anuncia.
Obviando su condición primera de material de relleno en una época del año que suele venir parca en contenidos culturales, quiero pensar que esas gavillas de títulos escogidos están ahí como invitación a la lectura en general, actuando pues como gancho de una oferta mucho más amplia que aspira a promocionar al tiempo otros productos literarios igualmente merecedores de público, aunque acaso más minoritario. Quiero pensar que no es, stricto sensu, la lista completa de los títulos de los que se hablará, y que deja un resquicio a otras propuestas. Al fin y al cabo, son libros que aún nadie ha leído (al menos en nuestra lengua, nuestras lenguas), de modo que acaso cuando los especialistas tengan oportunidad de hacerlo consideren que no merecen gran espacio y vengan a sustituirlos otros más valiosos.
¿Pero funcionan así las cosas? ¿Se le deja de dar bombo y platillo a la obra de un autor célebre aunque esta no dé la talla? ¿Decide un periódico obviar una novedad cuando se revela insípida? Me temo que no, que a los grandes autores se les da cancha aunque escriban un truño. De ahí mi gran preocupación no ya porque el contenido de esas listas no sea paritario, sino porque se incline tan descaradamente hacia la creación masculina, sin disimulo alguno. Pues estas listas sí son vinculantes, sí anuncian qué va a sonar y a cualquier precio.
Porque en esas recomendaciones cara al otoño y el invierno (suelen quedarse en eso, pues es tras el empacho navideño cuando se anuncia lo que nos deparará Sant Jordi), grandes nombres internacionales se codean con autores del terruño. Se ofrece asimismo una variedad de géneros y registros que crean una imaginaria estampa de mestizaje literario destinada a complacer a todos. Novelas policíacas, muy en boga desde que Larsson abrió la veda; lo último de algún pope consensuadamente aplaudido; la postrera rareza trocada en aspirante a best seller; el más reciente best seller, este sí, prefabricado para mayor gloria de sus artífices; la actualidad pasada por el tamiz del ensayo facilón... Se trata de artículos que nos presentan los títulos inminentes y en los que, sea cual sea el color de la cabecera que los glosa, la variedad siempre es un grado: la nómina de las más destacadas novedades literarias apuesta pues sobre seguro, hábilmente al rojo y al negro a partes iguales. Al rojo y al negro, sí, pero sin paridad.
Y para que no se diga que atento contra la competencia, tomo como ejemplo un artículo aparecido en La Vanguardia (uno de los medios en los que colaboro), en particular un repaso a las novedades traducidas de esta rentrée literaria firmado por un profesional más que solvente como es Xavi Ayén (“Un mundo lleno de historias”, 25/08/2011). Tomo ese en concreto y no otros (novedades en castellano o en catalán) para que no sirva de excusa que la literatura patria va corta en aportaciones de mujer, que no deja de ser un recurso muy manido y que estoy harta de escuchar. Con mis ojos de profesional de la literatura que aspira a que algún día reine en este sector la equidad de género, el balance del artículo en cuestión es el siguiente.
La entradilla comienza citando a 6 autores varones y a ninguna mujer. En el texto se menciona a esos y otros autores hasta un total de 25, de los cuales 21 son varones y 4 son mujeres (Alice Munro, Siri Hustvedt, Joyce Carol Oates y la islandesa Audur Ava Ólafrdóttir): un 16%. Hay asimismo un par de despieces dedicados al ensayo y a los debutantes. En el apartado ensayo, de un total de 9 autores citados sólo 1 es mujer (Zadie Smith): un 11,1%. En cuanto a los debutantes, de 6 sólo hay 1 presencia femenina, la joven yugoslava Téa Obreht: un 16,6%. De lo que resulta un porcentaje global de autoras mujeres del 14,5%. ¿No les parece francamente ridículo? Y si no se lo parece, imaginen lo contrario, un mísero casi 15% de autores varones. ¿No haría eso que se les abrieran las carnes?
Como La Vanguardia dispone de una espléndida hemeroteca, siento curiosidad por saber si las cosas han ido a peor o a mejor, así que me remonto a diez años atrás, a un lejano 2001. Con fecha 5 de septiembre de dicho año hallo un artículo equivalente, “Rentrée con acento inglés”, que firma el propio Xavi Ayén junto a Rosa María Piñol. Comienzo la lectura aliviada pues veo que en la entradilla, junto a 4 caballeros, hay 1 mujer, Margaret Atwood. Pero el texto que sigue no me causa más que disgustos: de un total de 31 autores, sólo 4 de ellos son autoras (la citada Atwood, Catherine Millet, Amélie Nothomb y Marie-France Hirigoyen). Eso da un 12,9%. ¡Guau, hemos mejorado! ¡Hemos incrementado nuestra aportación a las novedades extranjeras del otoño-invierno en un 1,6% en… diez años! Haciendo cálculos, si ese ritmo no se rompe, resulta que conseguiremos la paridad en casi… 222 años, allá por el 2233. ¿No les parece una broma de muy mal gusto?
Si como dejó dicho Alexis de Tocqueville la prensa es un espacio público virtual lleno de significados y, además, “La prensa es, por excelencia, el instrumento democrático de la libertad” (La democracia en América), se me antoja que esta clase de artículos no cumple con los mínimos que debieran exigírseles porque o retratan una sociedad a estas alturas aún profundamente injusta en el asunto de la igualdad de género (una sociedad pues enferma), o por el contrario se dedican a fomentar esa desigualdad. Que los medios legitiman la realidad es una evidencia y también que la realidad que no sale en los medios sencillamente no existe. De la información pública depende la imagen que el ciudadano tiene de lo que sucede en el mundo, tanto en los rincones más remotos como en su inmediato presente, incluida la actualidad literaria.
No sé si estas listas son inocentes o vienen con las cartas ya marcadas, pero sí me consta que afectan muy negativamente a una sociedad que aspira a vivir en igualdad. ¿Qué creen que sucede cuando una autora que anda enfrascada en la ardua tarea de pergeñar una obra ve que los hombres siguen siendo en el panorama literario aplastante mayoría? ¿No ven que es una invitación clara al desánimo y, acto seguido, a la deserción?
Como si los movimientos de liberación de la mujer de nada hubieran servido, la mujer que escribe lidia con unas cuotas de representación irrisorias y con una visibilidad en la esfera pública a todas luces cicatera. Paralelamente, unos agentes culturales que debieran ocuparse de que el arte reflejara la pluralidad y el respeto a las diferencias, que es el único fundamento posible de una sociedad justa, no hacen bien su trabajo, repito, no hacen bien su trabajo. Nos pongamos como nos pongamos, olvidar la igualdad de género, no fomentarla, diría que incluso no auspiciarla, no es contribuir al pluralismo.
La realidad es esta, los números son estos, y a estas alturas de la historia la situación es grave. ¿Abrimos de una vez el debate pendiente o seguimos sirviéndonos de la técnica del avestruz?

martes, 30 de agosto de 2011

11. INFAMES TURBAS O NO TAN INFAMES

Dejó dicho Diderot que es mucho más fácil para un pueblo civilizado volver a la barbarie que para un pueblo bárbaro avanzar hacia la civilización. Creo que en eso estamos todos de acuerdo, aunque la memoria es corta y, más que víctimas de la idiotez, a menudo parecemos víctimas del olvido colectivo. Dado que mucho se ha escrito últimamente en la prensa acerca de los estallidos de violencia surgidos ya sea en el norte de África y en Oriente Próximo o en países más afines, aunque igualmente vecinos, como Reino Unido o, en menor escala y con otro alcance, inclusive en nuestras propias calles a partir del 15-M, ahora que el dulce estío toca a su fin no está de más hacer un repaso para invitar a la meditación.
Este mundo nuestro es un artefacto demasiado complejo y aún desajustado para que no pete siempre por algún descosido. Hasta la fecha y como asunto acaso de mayor relevancia política, 2011 nos ha traído la primavera árabe (ver el reciente ensayo del mismo título de Tahar Ben Jelloun subtitulado “El despertar de la dignidad”), de nefastas consecuencias para muchos inocentes, eso está claro, pero de frutos magníficos en lo que a la conquista de libertades civiles se refiere. Tras décadas de gobiernos totalitarios y ciertamente perversos, Túnez y Egipto han iniciado la senda hacia la democracia y con ella hacia la consecución de un estado de derecho. Allí donde los turistas paseábamos nuestra libertad de pensamiento y de expresión por la isla de Djerba o el Valle de los Reyes, nuestros amigos tunecinos y egipcios vivían bajo el yugo de la tiranía. La inmolación a lo bonzo del vendedor ambulante tunecino Mohamed Buazizi “despertó” al animal dormido, que abrió sus fauces, tomó la calle, se sirvió de las redes sociales, se jugó la vida y finalmente venció. Aunque el uso de la violencia siempre es difícil de justificar, las situaciones de opresión la hacen lamentablemente necesaria. ¿Qué hicieron en el ínterin “las fuerzas internacionales”? En mi opinión bien poco y un triste papel, como viene siendo la costumbre. Todos recordamos por ejemplo dónde estaban tranquilamente apoltronados durante los cuarenta años que los españoles pasamos enfangados en la ciénaga franquista.
La misma tibieza internacional –la ONU no deja de ser un gran tentetieso tratando de mantener el precario equilibrio y no está para saltos mortales; y no estoy de acuerdo con Eduardo Galeano en que toda intervención es invasión-, están sufriendo en estos días los países que en la estela de Egipto y Túnez se hallan ahora en idéntica tesitura, aunque con un final aún incierto; me refiero por supuesto a Libia, ya a las puertas de la emancipación, y a Siria, aún sanguinolenta. En la primera, el bautizado en su día como el Che Guevara árabe, es decir el histriónico y patético Gadafi, en lugar de batirse en retirada, ha combatido con todas sus armas a “los rebeldes”; mientras el pueblo sirio está siendo aplastado por una escalada de violencia represiva a manos del gobierno totalitario del presidente Bashar Al-Assad. Confiemos en que ambos dictadores se sienten pronto en el banquillo de los genocidas (¡Garzón, te echamos de menos!), y ojalá que a finales de año podamos celebrar el derrocamiento de cuatro dictaduras, a las que esperamos sigan otras muchas hasta que no quede ninguna (e incluyo por supuesto a la gran estafa, Cuba).
Vayamos ahora a las revueltas económicas, las que tienen su raíz en el descontento y no en el yugo que condena al terror y al sinsentido. Lejos de aplaudirlas, como sí hago con quienes se dejan la piel por construir un país habitable para sus hijos y usan la violencia (no por gusto sino por necesidad) porque las fuerzas internacionales no los defienden ni los salvaguardan, condeno sin excepción a quienes hoy en día, en pleno siglo XXI, se lanzan a la calle con pasamontañas para arrollar lo que encuentran a su paso ya sea en Chile (donde se blanden consignas como “Educación pública para todos”) o en Reino Unido (donde no hay consignas de ningún tipo). ¿Estoy contra la educación pública? Claro que no: estoy contra la manera de reclamarla en las calles de Santiago de Chile, ciudad que porfían por destrozar los vándalos y capital de un país donde espero nieguen la educación pública y toda otra clase de servicio público a los delincuentes que se están dedicando a boicotear la paz. Porque protestar pacíficamente es de demócratas; quemar, destruir, robar, agredir e incluso matar es de delincuentes y como tales espero que tengan su penitencia.
Por lo que respecta al Reino Unido y a lo sucedido en ciudades como Londres, Manchester o Birmingham (a imagen y semejanza de lo que ocurrió en otoño del 2005 en la banlieue parisina y en Grecia en el invierno del 2008), no es de recibo que a estas alturas los jóvenes desesperanzados tengan que usar la violencia para canalizar su frustración, pues dudo mucho que los muevan las ganas de incentivar cambios concretos de orden social: o los mueve la desesperación o los mueve el capricho cuando no son precisamente hijos de la exclusión. Y a ambas motivaciones tienen que dar respuesta los gobiernos y con urgencia. Las democracias del mundo no nos podemos permitir esa insatisfacción, ya sea general (el movimiento 15-M en España) o se halle localizada en polvorines concretos (los barrios ingleses, un barrio de Mallorca donde se enfrentan gitanos y africanos…). En estos tiempos, quienes sienten el peso de la guetificación y el desarraigo en países donde la mayoría goza de un notable estado del bienestar deben ser el objetivo prioritario. Y en este sentido es iluminador el reciente artículo de John Berger “Los tiempos que vivimos” (29/08/ 2011), que puede leerse en la siempre lúcida revista Sin Permiso:
http://www.sinpermiso.info/textos/index.php?id=4373
Así pues, atendamos sin dilación a las clases más desfavorecidas y a la inmigración puteada (la que sufre discriminación legal, económica y racial). Dejemos la violencia para hacer de un país un lugar “habitable” para todos y usemos otros métodos para convertir los países en lugares “confortables” para todos. Sabemos, con Luther King, que la violencia crea más problemas sociales de los que resuelve. Dediquémonos pues en cuerpo y alma a canalizar nuestras sociedades democráticas hacia un horizonte de expectativas mucho más justo, donde por ejemplo a alguien se le ocurra enviar a los parados sin cargas familiares a echar una mano en el asolado Cuerno de África.

miércoles, 1 de junio de 2011

10. POLÍTICAMENTE IN/CORRECTO

No sé si ustedes lo habrán advertido, aunque resulta difícil no hacerlo: últimamente la impostura de lo políticamente correcto está arraigando entre nosotros de un modo brutal. Lo que hace unos años era tan sólo un intento por borrar conductas claramente reprochables, es ahora una especie de misil dirigido al estómago del espíritu crítico. Cuando leí que los libros de Mark Twain (clásicos modernos donde los haya y transmisores de sentimientos dignos de aplauso como la amistad), iban a ser pasados por el cedazo de lo políticamente correcto, de manera que el entrañable negro amigo de Tom Sawyer y de Hukleberry Finn iba a pasar de "nigger" a "esclavo o persona de color", corrí a la librería más cercana para obsequiar a mi sobrino con ejemplares aún no expurgados. ¿No hubiera bastado con una nota explicativa a pie de página?

Al poco un director de cine (Nacho Vigalondo), que colaboraba con el diario El País, fue apartado de sus labores por hacer una broma inocente sobre el holocausto. Se aludió en su caso a que las bromas inocentes sobre el holocausto no existían… ¡Valiente sandez! Como si no existieran bromas sobre cojos, tuertos, soldados de Vietnam o anoréxicas. La vida es demasiado dura y el mundo demasiado cruel para que no podamos darnos el gustazo de burlarnos absolutamente de todo, especialmente de nosotros mismos y de nuestra historia reciente, incluido el atroz siglo XX.

Nadie duda –o nadie debiera dudar- que el holocausto fue una de las peores pesadillas de la humanidad (junto con otras muchas, cierto) por lo que tiene de constatación de la ausencia de límites de nuestra capacidad sádica. No sé de nadie con una neurona que no compadezca a los millones de personas que en dichas circunstancias sufrieron las peores atrocidades por parte de seres humanos parecidos a ellos (¿pero eran humanos quieres hicieron eso, se parecían en algo a sus víctimas, es humano quien carece de empatía?). Sea como sea, no hay nadie que se ría del holocausto sino que hay quien, haciendo gala de un sano sentido del humor, es capaz de trivializar la tragedia en un intento por conjurarla. No sólo es lícito, sino que es loable e, insisto, sano. No lo creyeron así los directivos de El País, sin duda presionados o acaso alelados, pues de otro modo la desmedida reacción no se entiende. O el colectivo de los judíos es realmente un gran club Bilderberg con más poder de censura que todos los Rockefeller juntos, o bien nos hemos vuelto majaras y ya ni siquiera podemos carcajearnos de nosotros mismos sin que con carácter de urgencia psicólogos especializados vengan a subirnos la autoestima por miedo a que una epidemia de suicidios masivos se extienda (como parece ser que está sucediendo en Japón, aunque a causa del maldito estrés).

Otro atajo de censores se concentra en las benditas asociaciones de padres: queriendo defender a sus retoños de las amenazas externas como si de niños burbuja se tratara, se pasan de rosca y propugnan un mundo de jauja donde hasta los malos parecen buenos, de ahí que se pasen el día persiguiendo conductas torcidas que airear en los medios. Víctima de su exceso de celo, el director del Festival de Cine Fantástico de Sitges ha sido denunciado por exhibir una película a todas luces durilla pero cine al cabo. Si hiciéramos caso de los pacatos, las repugnantes snuff movies no podrían ni siquiera denunciarse mediante películas como Tesis, el primer Amenábar, que fue un éxito en ambos sentidos: es una película estupenda y denuncia una realidad que da pavor. Sinceramente, prefiero ser consciente de la existencia de la mierda viendo de cerca su textura en forma de novela, película o lo que sea, que no dejar que la perfumen para morir en olor de inocencia. Vivir engañado pasa por eso, por tragarse la realidad edulcorada, algo en lo que las religiones tienen la mano rota.

Que se persiga con mano durísima la pederastia (uno de los males más execrables), que se exija un trato correcto para cualquier minoría, que se acompañe a las víctimas en su duelo... ¡Por supuesto! Pero que no me venga nadie a contar que querer matar a un señor por haber hecho unos dibujitos de Mahoma no se parece demasiado a expulsar de un diario a otro señor por hacer un chiste sobre los mal nacidos de los nazis y las terribles consecuencias de su infausto nacimiento.

La democracia es un medio, no un fin (a ver si vamos enterándonos) y hay que cultivarla con esmero como si de una flor exótica se tratara. La tendencia a la imbecilidad de las masas lo hace absolutamente necesario si queremos vivir en un mundo seguro, plural y habitable. El medio es pues el mensaje, como dijo McLuhan, y uno de los hilos vertebradores de ese medio que es la democracia es la libertad de expresión, sin la cual este mundo loco loco se va a ir al garete. Ay, si Gainsbourg levantara la cabeza no podría cantar ni una sola de sus canciones... Y es que el humor negro, señoras y señores, ayuda y mucho a construir un mundo confortable. Negarlo es castrar una de las vías de escape más útiles para que la rabia no se nos suba a la cabeza y desemboque en catástrofe. Porque insisto, la vida es dura y aún nos queda por ver mucha barbarie.

domingo, 1 de mayo de 2011

9. HOMBRES QUE VAN DE PUTAS

Tomé un camino distinto para volver a casa y surqué una carretera comarcal plagada de rotondas y bifurcaciones. El espectáculo que hallé a mi paso era humanamente desolador: decenas de muchachas tristes, como dice la canción de Serrat, aguardaban en los arcenes improvisados que lindan con campos y arboledas, bajo un sol inclemente, la llegada de algún cliente por menesteroso que este fuera. La hiriente primavera, que aquel día lucía en todo su esplendor, se reflectaba en sus carnes prietas y en algunos casos aún muy tiernas. Una de ellas se untaba las piernas macizas con crema hidratante sentada en una silla de plástico; otra se abanicaba con un pequeño bolso; la de más allá lucía una pamela generosa que a duras penas le cubría los hombros desnudos y paseaba como quien espera el autobús. A pesar del sórdido escenario, barrido por el viento y el zumbido persistente de los coches, llevaban faldas minúsculas, escotes inverosímiles y tacones de aguja; a todas el maquillaje les doblaba la edad quien sabe si queriendo desdibujar la melancolía de sus miradas, esa saudade impresa ya para siempre en sus rostros desdichados.
No hay nadie en su sano juicio, nadie que goce de salud mental, capaz de defender la prostitución a día de hoy. Los tiempos de las iniciaciones sexuales en los barrios marginales ya pertenecen a la historia de la mezquindad universal y a cierta literatura costumbrista. En este siglo agitado de emigraciones forzadas, la prostitución no es sólo una lacra como el hambre, la miseria, el racismo y tantas otras, sino que es una vergüenza para toda sociedad civilizada que se precie. En la era del confort y la cibernética, ¿qué es acaso sino el nuevo esclavismo, una modalidad abyecta y macabra de la capacidad que el ser humano posee de denigrar al otro? Hay chicas subsaharianas secuestradas por las mafias a las que se chantajea con vudú para que no escapen, jóvenes engañadas con empleos inexistentes que acaban encerradas en pisos cochambrosos, burdeles de carretera de una sordidez descorazonadora, dramas familiares difícilmente justificables.
La voz general clama por la abolición, por la erradicación drástica de la prostitución, por la devolución de esas mujeres inocentes a una vida digna y cuanto menos a ratos feliz, como la de cualquiera. Sólo una prostituta atemorizada defiende la libertad de vender su cuerpo si se le antoja, sólo una transexual llevada al límite de su desesperación por décadas de desprecio y ultraje es capaz de justificar la mal llamada profesión más antigua del mundo. ¿Acaso no merecemos todos igualdad de oportunidades para poder luchar por nuestros sueños? ¿Puede aspirar a ser médico o maestra una mujer o una transexual a quien a los quince años se robó la posibilidad de seguir estudiando, de vivir una adolescencia como la de cualquiera? Que no me venga nadie con aquella gilipollez de que lo hacen porque quieren y no les gusta fregar escaleras. ¿Por qué entonces no legalizar el tráfico de órganos y alegar generosidad en quien los venda para subsistir y dar un futuro a sus vástagos? Nadie hace lo que hace a diario una prostituta por gusto y alquilar la dignidad no es alquilar la fuerza de trabajo como hace ocho horas al día un vigilante jurado o una cajera del Caprabo, ni lo es ni se le parece.
Hace poco escuchaba al juez Baltasar Garzón en el Saló de Cent del Ayuntamiento de Barcelona y este hombre justo, y ante todo valeroso, protagonista de un nuevo Caso Dreyfus de acoso y derribo injustificable, aseguraba que las cifras demostraban que el tráfico de mujeres era sin duda el negocio más rentable para los infames, por encima del tráfico de armas y del tráfico de drogas. Nuevas mafias, decía, seducidas por tan pingües beneficios, tienden sus redes a diario sobre nuevas víctimas inocentes.
Mientras, ajenos al dolor y a la barbarie en que viven esas chicas al borde de la carretera, al borde de la exclusión, al borde del abismo, que viven sus vidas ya con las cartas marcadas para siempre, hay hombres que van de putas: hombres casados, hombres de religión y de ley, hombres públicos, novios amantísimos, padres de familia, abuelos de nietas sonrientes. Pero no les digas que sus madres, que sus esposas, que sus hermanas, que sus hijas, que sus nietas cambien sus ocupaciones por rotondas y avenidas, que te escupirán a la cara toda su incoherencia, toda su pusilanimidad, toda su mierda. Mal vamos si no quieren para ellos lo que sí quieren para otras. Sin clientes no hay negocio, recuerden. ¿Multar a los clientes? Por supuesto, y que les salga bien caro comprar carne humana a precio de hamburguesa. Algunos periódicos han empezado por retirar de sus páginas los anuncios de contactos. Queda pues alguna esperanza y tal vez un día recuperen su nombre real esas muchachas tristes y no tengamos que llamarlas Calle, como canta con complicidad y cariño Manu Chao.

viernes, 1 de abril de 2011

8. NO PIENSO VER TORRENTE 4

Que en su primer fin de semana de exhibición la película Torrente 4 alcanzara la friolera de un millón de espectadores es una realidad que no podemos soslayar, una realidad triste y lamentable, admitámoslo. De nada sirve hacer ver que no ha sucedido y sería un ejercicio de irresponsabilidad por nuestra parte. Si España está "torrentizada", habrá que empezar a admitirlo o nuestra lentitud de reflejos nos llevará a acabar como nuestra vecina Italia, donde un fantoche mafioso, corrupto y putero gobierna un país de historia larga y fecunda donde habitan ni más ni menos que sesenta millones de personas, algunos de los cuales incluso leen a Dante. A este paso, si la masa insiste en decantarse por la escatología, la vulgaridad y el zorrerío, ¿cuánto tardaremos en tener como presidente a nuestro particular Berlusconi? No olvidemos que algunos políticos ya apuntan maneras, por no hablar de nuestro actual modelo formativo, que obliga a estudiar hasta a los más zopencos, con lo que en beneficio de estos se baja el nivel de todos hasta límites extremos. ¿Se sacó a la gente del analfabetismo instaurando la educación obligatoria para que nos complazcamos ahora en la mediocridad y la ignorancia? Algo está fallando y urge una reforma del modelo educativo o, lo dicho, los berlusconis y los torrentes acabarán ganando la batalla.

Santiago Segura es un tipo que me cae bien, lo admito, y celebro su capacidad para convertir en éxito sin par las aventuras de un marrano seboso rodeado de personajillos a cual más patético, que no dudo concibe con gran ingenio y rueda aún con mayor profesionalidad. Adviértase que no estoy opinando sobre su habilidad cinematográfica, sino sobre la recepción que esta tiene. A lo que añadiré otro dato, es probable que consecuencia de que mi ingenuidad anda últimamente de capa caída: no puedo evitar pensar que él es el primero en chotearse de quienes, entre tan abundante y variada cartelera (Iciar Bollaín, los hermanos Coen, González Iñárritu...), eligen su película un sábado por la noche. Lo imagino partiéndose de risa cuando la distribuidora le pasa las cuentas de la recaudación semanal.

Ya lo he dicho en el título de este artículo, no seré yo quien engrose sus ingresos sumergiéndome en un marasmo de fotogramas obscenos y soeces, risas chabacanas y kilos de palomitas. No seré yo quien destine 90 minutos de mi tiempo a contemplar las andanzas de Paquirrín, Belén Esteban, una actriz porno de expresión beocia, Kiko Matamoros o un tal Cañita Brava que sólo verlo ya invita a la compasión. Yo pago por ir a ver a Maribel Verdú, a Mercedes Sampietro, a Alberto San Juan y a Luis Tosar, y encantada les regalo mi tiempo, que con ellos se enriquece y mucho. Si en su día no me divertían ni las películas de Ozores, ¿cómo me van a divertir los muchos Torrentes del avispado Santiago Segura? Para colmo de los colmos su última entrega puede verse en 3D, lo que no supone un aliciente sino todo lo contrario: si algunas imágenes de su anterior filmografía ya invitaban a la vomitera, ¡qué clase de arcadas provocará tener según qué a un palmo de nuestras narices!
I'm so sorry, a mí la caspa no me va nada aunque arrase en taquilla (¿o sería mejor decir precisamente porque arrasa en taquilla?); yo sigo siendo más de latazo en V.O. (no hace falta que sea el último Godard, que conste, que se me indigestó bastante). Insisto, por mucho que ir de cultureta serio esté pasado de moda y ahora se lleven más las zapatillas deportivas medio rotas que los bien lustrados zapatos de cordones, sigo siendo de las que piensan que una cosa es pasar un buen rato y otra descender a los infiernos del aborregamiento y la deyección. El petardeo y la diversión tontaina son muy saludables, cierto, y sí, lo admito, a mí también me gusta cultivarlos a ratos; pero hacer puntos para convertirse en un descerebrado es otra cosa bien distinta. Porque, ¿saben?, ver telebasura con frecuencia sí te convierte en un imbécil, al igual que el envenenamiento es la consecuencia inevitable a la ingesta de matarratas. Ver Torrente 4, así pues, no tiene mayor trascendencia si no eres un españolito cutre con tendencia a la ordinariez, pero como los seas el resultado puede ser devastador.

Me niego a que la caspa española se vuelva aún más casposa gracias a películas como esta, a que la telebasura irrumpa en nuestras televisiones cada vez con mayor frecuencia y se eternice en nuestras pantallas hasta las tantas de la madrugada, a que los tronos de los reyes mediáticos sea cada vez más tronados... Que el canal de noticias CNN+ haya sido eliminado de la faz de la tierra para dar paso a un canal 24 de Gran Hermano me provoca una rabia inconmensurable y me quita el sueño la propagación masiva del virus de la estupidez, ya sea en forma de monotema futbolístico o de adoración a un Santo Padre misógino, homófobo y muy poco cristiano.

Cuando allá por el año de Naranjito (Mundial de Fútbol de 1982), Camilo José Cela aparecía en televisión confesando ser capaz de absorber un litro y medio de agua por vía anal, su intención no era otra que provocar y ganar lectores. Yo estoy segura de que los perdía, pero en fin, caso de que los tuviera sus asesores está claro que no pensaban como yo. Sus palabras quedan como un ejemplo de mal gusto y poco más. Santiago Segura, con sus Torrentes, hace algo peor: retrata una España que muchos quisiéramos que no existiera, un país donde como ya he comentado al comienzo hace mucho que la educación pasa por ser uno de los últimos objetivos en el ranking de prioridades. Con este panorama más que preocupante, podemos ir de modernos irresponsables y glosar las virtudes de esta serie de películas que rinden culto a la horterada guarra e invitar con lamentables ejemplos como este al retroceso social, o bien podemos ser responsables y advertir de sus peligros. No, no sean tramposos, no estoy diciendo con ello que todas las películas deban propugnar valores incuestionables y altamente formativos, ni que el arte como entretenimiento sea siempre un peligro, pero este baño de roña grasienta sí les aseguro que sienta mal a las masas, masas a pesar de los avances tecnológicos cada vez más desinformadas. Y es que, como dijo Oscar Wilde: "La estética es superior a la ética, pertenece a una esfera más espiritual". Estoy con Wilde.

lunes, 28 de febrero de 2011

7. FACEBOOK CONTRA LA INTIMIDAD

Hace ya muchos años que el problema de los paparazzi colea en la prensa del corazón como una peste bubónica de difícil solución y tan sólo los juzgados se arriesgan a poner coto a los desaprensivos que, para sacarse unos euritos, se arrogan el derecho a violar la intimidad de cualquiera. A mí la remotísima posibilidad de alcanzar la fama me ha parecido siempre una pesadilla por culpa de esas alimañas, y de quienes les pagan por subirse a las tapias de las casas o pasar la noche espiando los cristales de un restaurante con objeto de robar la instantánea de un vulgar cruce de miradas. ¡Mil veces ser rica que famosa!

Lamentablemente, la llegada de las cámaras digitales (pequeñas y de manejo tan elemental), así como de los móviles con cámara incorporada (que tanto daño están haciendo al bello arte de la fotografía), ha convertido en un paparazzo sin escrúpulos a todo quisqui. La era digital tiene esa doble moral: da facilidades y al mismo tiempo embota los sentidos con sus trucos de mago de provincias. Pase que los niños se extasíen con sus adelantos, pero ¿y los mayores? "¡Guau, podemos hablar y vernos las caras a través de la Webcam! Aprovechémoslo y hablemos cada noche tres o cuatro horillas aunque no tengamos nada que decirnos..." Me parece estupendo que en sus casas la gente pierda el tiempo como mejor le plazca, pero que fuera de sus cuatro paredes se comporte.

Y es que cada vez resulta más difícil sustraerse al acoso fotográfico; en cualquier esquina, restaurante, concierto, terraza o interior podemos toparnos con uno de esos émulos de Cartier Bresson haciendo de las suyas. Son seres a los que nada frena, ni siquiera un sonoro "¡Puedes hacer fotos hacia otro lado, so cabrón!". No somos Shakira, ni Piqué, ni siquiera Lady Gaga, ni sus primos, sus novias, sus amigos, pero insisten en hacer fotos de conjunto en las que nosotros aparecemos como una pieza más del decorado.

A unas conocidas mías les ha dado por organizar fiestas en un céntrico hotel de la Ciudad Condal y asistir se ha convertido en un infierno tal que hay quien ha optado por no ir. Estar ahí es mucho más peligroso que pasearse por la plaza Tahrir de El Cairo en plena revuelta, donde hasta llegaron a violar a una periodista norteamericana (¡qué fuerte!). En el bar del hotel en cuestión nadie te toca un pelo sin tu consentimiento (algo es algo), pero los flashes salen disparados por todos lados como si estuvieras en la gala de los Oscar, aunque alrededor sinceramente haya poca cosa de interés. En consecuencia, al día siguiente una tiene que hacer el recorrido por los mil perfiles de Facebook y llevar a cabo un buen barrido para eliminar recuerdos no solicitados de la noche anterior. Que una esté tranquilamente tomando una copa no da derecho a nadie a hacerle fotografías y mucho menos a colgarlas después en Internet sin su permiso. Esa es una más de las perversiones de la red, que no sólo aboga por la falta de sentido común sino por saltarse a la torera cualquier ley aprobada por un gobierno democrático (por cierto con el esfuerzo de muchos).

Sé de alguien que se ha dedicado a hacer perfiles falsos con los que entra por la puerta grande en los Facebook de perfectos desconocidos, es decir siendo aceptado como amigo; no lo hace por afán de curiosidad, sino con espíritu de denuncia. Quiere demostrar con ello no sólo que las redes sociales son un invento tirando a patético, de una fragilidad que roza el peligro, sino que la gente está agilipollada y allí donde antes se tapaban las caras de los menores para evitar disgustos, ahora salen niños en bañador haciendo monerías sin que asome en los padres ningún atisbo de recato; que acepten en su grey a cualquier psicópata es pues lo menos grave que puede sucederles. Por su parte el periodista italiano Tommaso de Benedetti hace tiempo que practica el arte de realizar entrevistas falsas y hacerse pasar por célebres escritores en la red, suplantándolos descaradamente en un afán por demostrar la precariedad del medio en cuestión.

Como contrapartida, ya existen empresas dedicadas a borrar rastros indeseados en Internet (bulos, calumnias...). Unos amigos llevan años padeciendo una denuncia falsa de gran enjundia y, aunque ya resuelto el caso judicialmente a su favor, en Internet la infamia sigue asociada a sus nombres impolutos. ¿Para cuándo rastreadores de fotografías indeseadas? Por lo pronto, los amantes de la privacidad y la intimidad empezaremos por ir tan sólo a locales donde un cartel rece: "Prohibido hacer fotos". ¿Pero de verdad es necesario prohibirlo todo para que los necios no atenten contra el sentido común? He leído que se han instalado los primeros carteles de "Prohibido cagar en la vía pública". ¿Tan lerdos somos, tan majaderos?

lunes, 31 de enero de 2011

6. FUMAR O NO FUMAR, THAT'S THE QUESTION

No creo que en la Comunidad Valenciana sean más tontos que en el resto de España, pero algo pasa cuando es precisamente allí donde un grupillo de propietarios de bares ha iniciado una campaña de recogida de firmas para tratar de reformar la recién aprobada ley que prohíbe terminantemente fumar en dichos locales. Que eso ocurra precisamente allí quizás tenga alguna relación con que dentro de su territorio se hallen las rutas del bacalao más codiciadas (léase los lugares más propicios para ponerse hasta el mismísimo ojete de drogas de diseño) y también las combinaciones cromáticas más perjudiciales para la salud ocular, ya sea en soporte textil u ornamental. Por no hablar de la extendida teoría que reza, y no sin cierto fundamento, que allí siguen gobernando los mismos que gobernaban antes de la transición.

En esa línea, a raíz de la entrada en vigor de la Ley Antitabaco, en el sevillano municipio de Montellano un simpático hotelito ha puesto en marcha una campaña según la cual hace descuentos a los fumadores y les invita a un copazo con el primer cigarrillo que inhalen a las puertas de su establecimiento. No sé porqué, eso me trae a la memoria el personaje que interpreta Chiquito de la Calzada, que es malagueño a la par que ingenioso, y también algunas escenas de Los Morancos, que son sevillanos a la par que divertidísimos.

Estoy segura de que tanto los vindicadores bares valencianos como la ocurrente hostería cosecharán un gran número de adeptos, del mismo modo que si planteáramos un referéndum sobre la conveniencia de suprimir los impuestos, el grueso de los españolitos de a pie, desde su ignorancia secular, dirían que sí, que impuestos fuera y que ancha es Castilla; como es evidente sin pensar que al día siguiente no tendrían donde irse a curar las gripes ni donde depositar a sus vástagos a las nueve de la mañana... El españolito de a pie es así, inconsciente por naturaleza, amigo de la francachela y del tapeo, de las cañas de cerveza, de la cuchipanda y de la opinión al tuntún, sin reflexión previa. Ya lo era antes de que San Francisco Franco lo redujera a base de golpes de yugo y flecha, de ahí que la República durara dos telediarios, y lo sigue siendo hoy, con conexión Wifi en un montón de hogares y acciones bursátiles en la cartera virtual de cualquier hijo de vecino.

Su molicie respecto a los deberes y su afición desmedida a reivindicar a diario múltiples derechos que él mismo se atribuye, se debe sin duda a esa afición desmedida a la holganza y al zanganeo, prima hermana de la inconsciencia, a su vez gemela de esa especie de ingenuidad endémica que lleva a unos cuantos empresarios de la hostelería a alardear de sufrir ingentes pérdidas a causa de la citada ley, como si súbitamente quienes tienen sed no entraran en los bares para aliviársela y quienes tiene sueño no entraran en los hoteles para conjurar el cansancio tan sólo porque en dichos lugares el fumar haya dejado de ser un placer. Lo de "personas perjudicadas por la Ley Antitabaco" ya es el acabose...

Decía Chesterton en una frase genial, como tantas suyas, que hay dos tipos de personas: las que dividen a las personas en dos tipos y las otras. Para mí, en cambio, hay dos clases de personas: las que fuman y las que no. Quisiera creer en categorías de mayor enjundia ontológica, pero mi simpleza no da para más.

Para justificarme diré en mi descargo que es probable que dicha teoría tan poco elevada provenga de las horas que pasé de pequeña en el Puente Aéreo, haciendo el trayecto Madrid-Barcelona y viceversa. En esos primeros años de la democracia, cuando esta aún no había alcanzado demasiada entidad, aún se podía fumar a espuertas en los espacios públicos, incluidos los aviones, lo cual era, para mi olfato infantil, un verdadero tormento. Quienes no lo hayan vivido no pueden hacerse a la idea de lo que eran esas últimas filas atestadas de fumadores nerviosos, por no decir histéricos, algunos de ellos con pánico a volar. La humareda era tal que se desplazaba por encima de los asientos y alcanzaba las filas de primera clase. No hubiera sido de extrañar que el personal de vuelo usara mascarillas para evitar el cáncer de pulmón, aunque no vi rastro de ellas. Acaso hicieran inhalaciones de oxígeno puro cuando llegaban al final de pasillo para evitar crisis respiratorias, lo ignoro. Lo que sí sé es que ansío con toda mi alma que esos tiempos no vuelvan y me importa un carajo que los desaprensivos fumadores tengan que meterse la dosis de nicotina en ventiladas aceras a 0º o en mitad del desierto a 40º. Ya han sido muchos años de aguantarlos, estamos hartos de ser fumadores pasivos y tenemos derecho a respirar.