jueves, 1 de noviembre de 2012

23. ESPAÑOLES, FRANCO HA VUELTO


Sí, han leído bien. No estoy repitiendo las celebres palabras que Arias Navarro pronunció lloroso y con voz trémula el 20 de noviembre de 1975: “Españoles, Franco ha muerto”, hace de eso la friolera de treinta y siete años. He dicho, y lo repito, “Franco ha vuelto”.

Quienes acaben de aterrizar de un largo viaje austral, ya sea físico o psíquico, o simplemente hayan pasado un mes a la bartola en una cabaña pirenaica y sin conexión a Internet (dichosos ellos), acaso no sepan de qué les hablo y pongan el grito en el cielo: ¡Oh, no, ese dictador bajito y sanguinario que nos reventó el país durante cuarenta años! Se preguntarán si habrá vuelto acaso encarnado en algún político torticero, demagogo y mal leído. O en alguno de esos que en las tertulias televisivas no dejan hablar al rival y exhiben sin recato su costumbre de medir las cosas con distinto rasero para así salir airosos de los más retorcidos empeños. ¿Hibernaría acaso en la cara oscura de la luna como los nazis de una película recientemente estrenada en el Festival de Sitges, por suerte consagrado al cine fantástico? ¿U ocuparía en la morgue el cajón vecino al de Walt Disney, tan criogenizado como él, aguardando el momento propicio para despertar? Fue oír dos palabras juntas, “catalán” e “independentismo”, y levantarse como un resorte, se dirán. “Españoles, ya estoy aquí”, exclamaría emulando a nuestro Tarradellas, que por el contrario venía en son de paz y asemejaba a un maduro galán de cine y no a un rijoso acomplejado.

Respiren aliviados: Franco no ha vuelto encarnado de ningún modo y no es más que una leyenda urbana que Walt Disney esté congelado. La explicación es mucho más sencilla. Franco ha vuelto, cierto, pero desintegrado en millares de pequeñas partículas, como un núcleo atómico al ser bombardeado, que ha anidado en mentes y bocas a cual más dispar, en un concierto que chirría como hace tiempo que nada chirriaba tanto. Jamás hemos sido un pueblo ejemplar, lo admito, pero esto de ahora invita al repudio y al exilio voluntario de cualquier amante de la sensatez. Dan ganas de coger el primer vuelo de Ryanair, vaya a donde vaya, aunque nos den la tabarra con el rasca-rasca, los váteres estén atascados y tengamos nosotros mismos que limpiar el avión.

Desde que la “amenaza” del independentismo catalán se ha hecho real (y les digo yo que los que alentaron el fuego aún están sorprendidos), la España más rancia ha mostrado su peor cara desde que inhabilitó al juez Garzón. Entonces quisieron hundir a un solo hombre, ahora quieren acabar con siete millones y medio de hombres y mujeres que llenan el padrón municipal de lugares como Besalú, Calella de Palafrugell, Hospitalet, Vilafranca, Tàrrega, Igualada o Sant Carles de la Ràpita, aunque a su vez hayan nacido en lugares como Senegal, Badajoz, Antequera o Fez. No pudiendo expulsarnos uno a uno de nuestras carreras profesionales, como hicieron con el juez que osó levantar la mugrienta alfombra de la mala memoria histórica, quieren expulsarnos del euro, de la Comunidad Europea, del comercio internacional, de todos los tratados internacionales habidos y por haber y quién sabe de cuántas cosas más.

Por suerte están tan pésimamente informados, que ni una sola de sus amenazas (que tan alto proclaman cual verdades sagradas) es siquiera probable sin el concurso de la Europa que en realidad nos gobierna, dentro de la cual por supuesto no está, y menos en las actuales circunstancias, la España dilapidadora e irresponsable que ahora se resiste al rescate como un niño malcriado en el sillón del dentista. Lo que más sorprende, aún así, no es esa falta de información veraz y contrastada acerca de la legalidad internacional, y el absoluto desconocimiento de unas nociones básicas de economía mundial en la era global, que los deja a todos a la altura de preescolar y provoca arcadas de vergüenza ajena, sino que irrita constatar que junto a los ríos de la península ibérica (recuerden aquello del Duero, el Tajo, el Ebro, el Júcar, el Guadiana...) ni siquiera estudiaron en su tierna infancia el origen de las autonomías.

Queridos amigos obtusos, Cataluña no era antes de la división autonómica un territorio extranjero que atraído por la movida madrileña que animó la capital en los ochenta quiso apuntarse al carro de la españolidad y, con espíritu colonial, fue anexionado por la gran madre patria. No, Cataluña “estaba ya en España” antes de ser autonomía y es España a todos los efectos. De modo que los catalanes no necesitamos al ministro Wert para que nos españolice porque estamos todos muy bien españolizados, y lo estamos tanto que algunos piensan que mejor haríamos no estándolo.

Desde que estalló la polémica, les ha dado a ustedes por tratar a los catalanes como si no fuéramos españoles de pleno derecho. Si no fuéramos españoles, queridos obtusos, no tendríamos por qué querer salir de España. En estas fechas se nos trata como a extranjeros en nuestra propia casa, y se nos dicen cosas tan bárbaras como que si osamos convocar un referéndum nos mandarán los tanques. Suena tan descabellado que huele demasiado a Milans del Bosch, quien la noche del 23 F de infausta memoria deplegó en Valencia cuarenta tanques y mil ochocientos efectivos. ¡Pero era un golpista, recuérdenlo, no un democráta!

Nos amenazan con tanques, con enarbolar en artículo 155 de la Constitución (que garantiza la cohesión de todos los españoles, olvidando añadir si estos la desean) y con eliminar las escasas prerrogativas que tiene nuestra lengua propia en la escuelas (pues al parecer es una gran licencia enseñar matemáticas en catalán, pero muy deseable hacerlo en inglés). Y hasta provoca la risa que acusen a nuestros niños de no saber hablar correctamente en castellano cuando para entender a un gallego o a un andaluz que hable cerrado hay que ser adivino. De pronto, en pro de un nacionalismo feroz que ni siquiera confiesan, les ha dado por fantasear con conculcar los derechos fundamentales de todo un pueblo, conseguidos por cierto con mucha paciencia por parte de quienes no somos el centro y sí la periferia. ¡Queridos amigos obtusos, un poquito de respeto, que los catalanes además de ser españoles no nos chupamos el dedo! Nuestros derechos no se conculcan con un par de gritos a lo Tejero. ¿O acaso no ven que permanecemos impasibles antes sus bramidos, emulando a Suárez en el hemiciclo aquel día infame?

Bajen de una vez del burro, sacúdanse la caspa franquista que les ablanda el cerebro, recuerden que a finales de diciembre de 1978 entraba en vigor la Constitución española y que hace pues de eso treinta y cuatro años, edad en la que cualquier hombre o mujer debiera considerarse ya sumergido de pleno en la edad adulta. Dejen pues la pataleta centralista para cuando vayan al fútbol y, si no han entendido bien qué significa la palabra democracia, en qué nociones de respeto y convivencia asienta sus bases, vayan al aeropuerto más cercano y cómprense un billete a Cuba. Se rumorea que pronto Ryanair abrirá una línea nueva, vistas las pocas facilidades que le da Europa para maltratar a su antojo a los sufridos viajeros.

O mejor, si aman realmente su terruño y quieren saber sobre qué mimbres torcidos descansa su actual estado de derecho, vean el sustancioso y entrañable documental Bucarest, la memoria perdida y escuchen con atención cómo redactó la Constitución ese grupo de siete notables que iban de un ex ministro de Franco (Fraga) a un exiliado del franquismo (Solé Tura). Cuenta Miguel Núñez, amigo y compañero de partido de este último, que en el proceso de redacción de la Carta Magna que aún rige nuestros destinos con mano de hierro, el PC proponía tres versiones para cada artículo: la que anhelaban y sabían imposible, otra tan confusa que no había quien la entendiera y una tercera rebajada y algo ambigua. Evidentemente ganaba siempre esta última, y de esta guisa se determinó nuestro futuro para las décadas que siguieron, en un juego impuesto de correlación de fuerzas (no desde la plena libertad, sino con la amenanzante sombra de la dictadura recién enterrada cerniéndose sobre el país). La Constitución se edificó pues sobre las tierras pantanosas de la ambigüedad, las únicas posibles en ese momento histórico tan fràgil, y la organización territorial (autonomías incluidas) tuvo que someterse al dictado de la prudencia. Llevamos años habitando en sus vaguedades, salvando a base de tesón y frecuentes visitas a Madrid algunos muebles, en un tira y afloja extenuante. ¡Por favor, ya basta de vivir a la sombra del ayer!

Queridos obtusos, si no queréis que sigamos pensando que Franco ha vuelto materializado en cada uno de vosotros, hacer honor al espíritu democrático que debiera alentar ya en todos y cada uno de los españoles y acceder a que la Constitución sea actualizada: los catalanes podremos así elegir libremente ente federalismo o independencia. En caso contrario, no sólo estáis a punto de recibir de Europa una reprimenda que no os esperáis (Europa no está para nostalgias guerreras y menos ahora), sino que nos iremos sin pedir permiso de una España que habrá demostrado no sólo no respetarnos sino no respetarse a sí misma. Porque Cataluña es España y faltándonos a nosotros nos faltáis a todos y cada uno de los españoles. Y para terminar, queridos obtusos, recomendaros que no tardéis mucho en reaccionar, que el 25 de noviembre sonará en Cataluña la campana del primer round, y si no se nos ofrece la opción federalista no podrán los catalanes que así lo deseen caminar hacia ella. Y entre caminar hacia la independencia o caminar hacia Rajoy, ya me contaréis. ¿Tanto cuesta entender que el actual estado de las autonomías está obsoleto y se impone modificar la sacrosanta Constitución?