Sí, han leído bien. No estoy
repitiendo las celebres palabras que Arias Navarro pronunció lloroso y con voz
trémula el 20 de noviembre de 1975: “Españoles, Franco ha muerto”, hace de eso
la friolera de treinta y siete años. He dicho, y lo repito, “Franco ha vuelto”.
Quienes acaben de aterrizar de un
largo viaje austral, ya sea físico o psíquico, o simplemente hayan pasado un
mes a la bartola en una cabaña pirenaica y sin conexión a Internet (dichosos
ellos), acaso no sepan de qué les hablo y pongan el grito en el cielo: ¡Oh, no,
ese dictador bajito y sanguinario que nos reventó el país durante cuarenta años!
Se preguntarán si habrá vuelto acaso encarnado en algún político torticero,
demagogo y mal leído. O en alguno de esos que en las tertulias televisivas no
dejan hablar al rival y exhiben sin recato su costumbre de medir las cosas con distinto
rasero para así salir airosos de los más retorcidos empeños. ¿Hibernaría acaso
en la cara oscura de la luna como los nazis de una película recientemente
estrenada en el Festival de Sitges, por suerte consagrado al cine fantástico?
¿U ocuparía en la morgue el cajón vecino al de Walt Disney, tan criogenizado
como él, aguardando el momento propicio para despertar? Fue oír dos palabras
juntas, “catalán” e “independentismo”, y levantarse como un resorte, se dirán.
“Españoles, ya estoy aquí”, exclamaría emulando a nuestro Tarradellas, que por
el contrario venía en son de paz y asemejaba a un maduro galán de cine y no a
un rijoso acomplejado.
Respiren aliviados: Franco no ha
vuelto encarnado de ningún modo y no es más que una leyenda urbana que Walt
Disney esté congelado. La explicación es mucho más sencilla. Franco ha vuelto,
cierto, pero desintegrado en millares de pequeñas partículas, como un núcleo
atómico al ser bombardeado, que ha anidado en mentes y bocas a cual más
dispar, en un concierto que chirría como hace tiempo que nada chirriaba tanto.
Jamás hemos sido un pueblo ejemplar, lo admito, pero esto de ahora invita al repudio
y al exilio voluntario de cualquier amante de la sensatez. Dan ganas de coger
el primer vuelo de Ryanair, vaya a donde vaya, aunque nos den la tabarra con el
rasca-rasca, los váteres estén atascados y tengamos nosotros mismos que limpiar
el avión.
Desde que la “amenaza” del
independentismo catalán se ha hecho real (y les digo yo que los que alentaron
el fuego aún están sorprendidos), la España más rancia ha mostrado su peor cara
desde que inhabilitó al juez Garzón. Entonces quisieron hundir a un solo
hombre, ahora quieren acabar con siete millones y medio de hombres y mujeres
que llenan el padrón municipal de lugares como Besalú, Calella de Palafrugell,
Hospitalet, Vilafranca, Tàrrega, Igualada o Sant Carles de la Ràpita, aunque a
su vez hayan nacido en lugares como Senegal, Badajoz, Antequera o Fez. No
pudiendo expulsarnos uno a uno de nuestras carreras profesionales, como
hicieron con el juez que osó levantar la mugrienta alfombra de la mala memoria
histórica, quieren expulsarnos del euro, de la Comunidad Europea, del comercio
internacional, de todos los tratados internacionales habidos y por haber y
quién sabe de cuántas cosas más.
Por suerte están tan pésimamente
informados, que ni una sola de sus amenazas (que tan alto proclaman cual
verdades sagradas) es siquiera probable sin el concurso de la Europa que en
realidad nos gobierna, dentro de la cual por supuesto no está, y menos en las
actuales circunstancias, la España dilapidadora e irresponsable que ahora se
resiste al rescate como un niño malcriado en el sillón del dentista. Lo que más
sorprende, aún así, no es esa falta de información veraz y contrastada acerca de
la legalidad internacional, y el absoluto desconocimiento de unas nociones
básicas de economía mundial en la era global, que los deja a todos a la altura
de preescolar y provoca arcadas de vergüenza ajena, sino que irrita constatar
que junto a los ríos de la península ibérica (recuerden aquello del Duero, el
Tajo, el Ebro, el Júcar, el Guadiana...) ni siquiera estudiaron en su tierna
infancia el origen de las autonomías.
Queridos amigos obtusos, Cataluña
no era antes de la división autonómica un territorio extranjero que atraído por
la movida madrileña que animó la capital en los ochenta quiso apuntarse al
carro de la españolidad y, con espíritu colonial, fue anexionado por la gran
madre patria. No, Cataluña “estaba ya en España” antes de ser autonomía y es
España a todos los efectos. De modo que los catalanes no necesitamos al
ministro Wert para que nos españolice porque estamos todos muy bien
españolizados, y lo estamos tanto que algunos piensan que mejor haríamos no estándolo.
Desde que estalló la polémica,
les ha dado a ustedes por tratar a los catalanes como si no fuéramos españoles
de pleno derecho. Si no fuéramos españoles, queridos obtusos, no tendríamos por
qué querer salir de España. En estas fechas se nos trata como a extranjeros en
nuestra propia casa, y se nos dicen cosas tan bárbaras como que si osamos
convocar un referéndum nos mandarán los tanques. Suena tan descabellado que
huele demasiado a Milans del Bosch, quien la noche del 23 F de infausta memoria
deplegó en Valencia cuarenta tanques y mil ochocientos efectivos. ¡Pero era un
golpista, recuérdenlo, no un democráta!
Nos amenazan con tanques, con
enarbolar en artículo 155 de la Constitución (que garantiza la cohesión de
todos los españoles, olvidando añadir si estos la desean) y con eliminar las
escasas prerrogativas que tiene nuestra lengua propia en la escuelas (pues al
parecer es una gran licencia enseñar matemáticas en catalán, pero muy deseable
hacerlo en inglés). Y hasta provoca la risa que acusen a nuestros niños de no
saber hablar correctamente en castellano cuando para entender a un gallego o a
un andaluz que hable cerrado hay que ser adivino. De pronto, en pro de un
nacionalismo feroz que ni siquiera confiesan, les ha dado por fantasear con conculcar
los derechos fundamentales de todo un pueblo, conseguidos por cierto con mucha
paciencia por parte de quienes no somos el centro y sí la periferia. ¡Queridos
amigos obtusos, un poquito de respeto, que los catalanes además de ser españoles
no nos chupamos el dedo! Nuestros derechos no se conculcan con un par de gritos
a lo Tejero. ¿O acaso no ven que permanecemos impasibles antes sus bramidos,
emulando a Suárez en el hemiciclo aquel día infame?
Bajen de una vez del burro,
sacúdanse la caspa franquista que les ablanda el cerebro, recuerden que a
finales de diciembre de 1978 entraba en vigor la Constitución española y que
hace pues de eso treinta y cuatro años, edad en la que cualquier hombre o mujer
debiera considerarse ya sumergido de pleno en la edad adulta. Dejen pues la
pataleta centralista para cuando vayan al fútbol y, si no han entendido bien
qué significa la palabra democracia, en qué nociones de respeto y convivencia asienta
sus bases, vayan al aeropuerto más cercano y cómprense un billete a Cuba. Se
rumorea que pronto Ryanair abrirá una línea nueva, vistas las pocas facilidades
que le da Europa para maltratar a su antojo a los sufridos viajeros.
O mejor, si aman realmente su
terruño y quieren saber sobre qué mimbres torcidos descansa su actual estado de
derecho, vean el sustancioso y entrañable documental Bucarest, la memoria perdida y escuchen con atención cómo redactó
la Constitución ese grupo de siete notables que iban de un ex ministro de
Franco (Fraga) a un exiliado del franquismo (Solé Tura). Cuenta Miguel Núñez,
amigo y compañero de partido de este último, que en el proceso de redacción de
la Carta Magna que aún rige nuestros destinos con mano de hierro, el PC proponía
tres versiones para cada artículo: la que anhelaban y sabían imposible, otra
tan confusa que no había quien la entendiera y una tercera rebajada y algo
ambigua. Evidentemente ganaba siempre esta última, y de esta guisa se determinó
nuestro futuro para las décadas que siguieron, en un juego impuesto de
correlación de fuerzas (no desde la plena libertad, sino con la amenanzante
sombra de la dictadura recién enterrada cerniéndose sobre el país). La
Constitución se edificó pues sobre las tierras pantanosas de la ambigüedad, las
únicas posibles en ese momento histórico tan fràgil, y la organización
territorial (autonomías incluidas) tuvo que someterse al dictado de la
prudencia. Llevamos años habitando en sus vaguedades, salvando a base de tesón
y frecuentes visitas a Madrid algunos muebles, en un tira y afloja extenuante. ¡Por
favor, ya basta de vivir a la sombra del ayer!
Queridos obtusos, si no queréis que sigamos pensando que Franco ha vuelto materializado en cada uno de vosotros, hacer honor al espíritu democrático que debiera alentar ya en todos y cada uno de los españoles y acceder a que la Constitución sea actualizada: los catalanes podremos así elegir libremente ente federalismo o independencia. En caso contrario, no sólo estáis a punto de recibir de Europa una reprimenda que no os esperáis (Europa no está para nostalgias guerreras y menos ahora), sino que nos iremos sin pedir permiso de una España que habrá demostrado no sólo no respetarnos sino no respetarse a sí misma. Porque Cataluña es España y faltándonos a nosotros nos faltáis a todos y cada uno de los españoles. Y para terminar, queridos obtusos, recomendaros que no tardéis mucho en reaccionar, que el 25 de noviembre sonará en Cataluña la campana del primer round, y si no se nos ofrece la opción federalista no podrán los catalanes que así lo deseen caminar hacia ella. Y entre caminar hacia la independencia o caminar hacia Rajoy, ya me contaréis. ¿Tanto cuesta entender que el actual estado de las autonomías está obsoleto y se impone modificar la sacrosanta Constitución?
Queridos obtusos, si no queréis que sigamos pensando que Franco ha vuelto materializado en cada uno de vosotros, hacer honor al espíritu democrático que debiera alentar ya en todos y cada uno de los españoles y acceder a que la Constitución sea actualizada: los catalanes podremos así elegir libremente ente federalismo o independencia. En caso contrario, no sólo estáis a punto de recibir de Europa una reprimenda que no os esperáis (Europa no está para nostalgias guerreras y menos ahora), sino que nos iremos sin pedir permiso de una España que habrá demostrado no sólo no respetarnos sino no respetarse a sí misma. Porque Cataluña es España y faltándonos a nosotros nos faltáis a todos y cada uno de los españoles. Y para terminar, queridos obtusos, recomendaros que no tardéis mucho en reaccionar, que el 25 de noviembre sonará en Cataluña la campana del primer round, y si no se nos ofrece la opción federalista no podrán los catalanes que así lo deseen caminar hacia ella. Y entre caminar hacia la independencia o caminar hacia Rajoy, ya me contaréis. ¿Tanto cuesta entender que el actual estado de las autonomías está obsoleto y se impone modificar la sacrosanta Constitución?